sábado, 5 de mayo de 2018

Quizá mañana

Tintero Virtual Tema: Sueños inconclusos








Me sentaba mirando las nubes correr por el cielo en busca del sol, o quizá a la luna huyendo de ellas para iluminar la noche y hacía planes para cuando… no sabía bien cuándo, para algún día, tal vez pronto o quizá dentro de muchos años. En mi cabeza había edificado una casita rústica pero encantadora entre árboles centenarios; habría también un perro blanco y negro que me seguiría a todas partes. Por las mañanas saldríamos de paseo y recorreríamos los senderos que nos llevarían al borde de los acantilados de Ranen.

Pero no me conformaba con aquello, mi imaginación me llevaba más lejos sin parecerme demasiado. La inspiración brotaría de mi cabeza y mi corazón, como en un milagro y podría sentarme al ordenador y escribir, escribir con palabras voladoras como si tuvieran alas. Entonces yo sería Salinger, Mann o Faulkner o quizá Marai tan sabio conocedor del corazón de la mujer y cuando ya todo lo que quiero decir quedase escrito lo dejaría en reposo y buscaría otros sueños que seguro que algún día se harían realidad.

La realidad, la de verdad es que salía cada mañana, recorría la calle hasta la boca del metro y abría la tienda a la hora en punto, aunque supiera que no entraría nadie hasta mucho más tarde. Sacaba las verduras y frutas del almacén y las iba colocando cuidadosamente, haciendo dibujos, entremezclando colores, lo que llevaba mi imaginación a una buhardilla en París, polvorienta y luminosa en la que pintaría cuadros enormes de mujeres morenas y ojerosas, mujeres demasiado vividas, un poco viciosas y desesperadas y estaba tan concentrado que me costaba oír a las clientas cuando entraban a por la compra diaria.

Aquel miércoles, tan miércoles como cualquier otro, conocí a Jenny en el andén esperando al metro. Se había tropezado y sus apuntes alfombraban el suelo. Intentaba recogerlos nerviosamente y la ayudé. Así me enteré de su nombre y de que estudiaba Sociales en la Pública. Esa noche subí al tejado a mirar las estrellas y viajé con ella por el cielo oscuro en un avión plateado, rumbo a New York a ver Central Park y todo Manhattan.

Ella reía de una manera tan deliciosa y parecíamos tan felices…

Hoy como todos los días he venido al parque y estoy aquí sentado en mi banco. Escucho el rumor de las hojas cuando se entrechocan unas con otras y el aleteo de los gorriones cuando suben y bajan a picotear el suelo. Dicen que la edad nos lleva a la sordera, sin embargo yo sigo oyendo muy bien. No puedo quejarme. No escribí una novela, ni fui a París a pintar cuadros. Pero me casé con Jenny aunque me dejó poco después…

Podría hacer un viaje, tengo suficiente dinero ahorrado. Por qué no, iría a Marruecos y luego a Túnez, por ejemplo y comería cuscús y dulces hechos con dátiles, aún puedo a pesar de los años y de mi poca salud y esta vez mi sueño podría hacerse realidad. Iré a la Agencia de Viajes del hijo de mi amigo John y él se encargará de organizarlo todo.

—Desde luego no somos nada —decía la portera en un susurro— quién lo iba a decir; si que estaba algo pachucho, pero aún no era tan mayor
 
 — ¿Cuántos años tenía? Ha sido un infarto, ¿no?





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