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Levantó la mano y me dijo: aquí
tienes tu cielo estrellado. La pequeña cúpula de la iglesia estaba cuajada de
estrellitas descoloridas pintadas en tonos azules quién sabe desde cuándo. La
paredes de la capilla eran de color tierra, lisas, sin ningún adorno a
todas luces innecesario, tan hermosa era toda ella sin más. Le miré con
curiosidad, el brazo extendido, el dedo de su mano, cual Dios creando a Adán,
señalando el techo. En ese momento tres palomas salieron volando no sé de dónde
y desaparecieron de nuestra vista como si nunca hubieran estado allí, tan solo
dejando el sonido de sus asustadas alas al agitarse en el aire.
Observé atentamente; estabamos sentados en
el banco de madera situado bajo el suelo del coro, recordé a mi abuela
encendiendo una vela a la imagen de la virgen con el niño en brazos, pidiendo
que el abuelo regresara pronto a casa. Pero qué tenía que ver este recuerdo con
este lugar, que me indicara si no o tal vez sí, había estado antes allí. Al salir de nuevo fuera, la
luz cegó mis ojos por un momento, tuve que cerrarlos y al abrirlos de nuevo vi
a la gran cigüeña que, con las alas extendidas, volaba majestuosa para posarse
en el nido, sobre el campanario.
— Ahora vayamos a la casa —me dijo
Claudio tomándome del brazo sin apenas tocarme— quizá allí encuentres lo que
andas buscando.
Salimos de la carretera y nos
adentramos por un camino mal asfaltado hasta llegar a un humedal poblado de
grandes cañas que se apartaban para dejar pasar el agua que se dirigía al
lago, formando pequeños riachuelos dormitando al atardecer. La
cabaña estaba en medio de un claro. Era muy grande. Un soportal de tejado muy
inclinado nacía, no en la trasera o delantera de la casa sino en uno de los
costados, procurando, seguramente frescura a la vivienda en verano. Miré atentamente,
el lugar era un pequeño paraíso, ruidos provenientes de toda clase de animales
e insectos sonaban aumentados por el silencio y la soledad que nos rodeaban.
Dimos la vuelta a la casa, a la izquierda
de la puerta de entrada un banco adosado a la pared invitaba a descansar un
momento. Hasta entonces no había allí nada que me resultara familiar; me apliqué a absorber
cada pequeño detalle, el brillo del agua de la que brotaban las cañas como
sirenas retozonas, el sol que empezaba a ponerse en el horizonte, el aroma que
desprendía la madera seca con que estaba edificada la cabaña. Me sentía bien,
de pronto olvidé todas mis dudas: había heredado aquel lugar, era mío, siempre lo había
buscado ¿Significaba esto que por eso tenía algo que ver con recuerdos
olvidados en el fondo de mi subconsciente, o solo era la reacción natural a la
belleza que nos rodeaba?
Claudio me acompañó, dos días
después, al despacho del notario. Aún nada me había hecho recordar algo que me
confirmara que yo había vivido allí un tiempo, en mi infancia. Y aunque algo me
hubiera hecho recordar ¿qué podría hacer yo con aquel lugar ideal? Lo pensé mucho y tomé una decisión. Debía volver
a casa, a diez mil kilómetros de distancia, donde me esperaba mi familia, mi
hogar, mi trabajo y amigos. Eso era mi vida y deseaba seguir viviendola.
Hay una preciosa escuela en la
cabaña de mis ancestros, se llama 'Nido de cigüeñas' en ella estudian niños que
necesitan atención especial. Estoy muy contenta.
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