La niña sonreía de oreja a oreja de modo que
entre los labios podían verse sus diminutos dientes, alzaba los brazos
moviéndolos como molinos; miró a Pedro fijamente, parecía que estuvieran solos
en medio del jardín. Dio dos volteretas en el aire con esa gracia alada de las
bailarinas de ballet y quedó frente a él.
—Es el Lago de los cisnes —le dijo en voz
baja y salió corriendo entrando en la casa.
Alguien cambió la música y otro sirvió más
bebidas. Con caras sonrientes los que tenían hijos contaron lo graciosos que
eran, sus buenas notas o que habían dejado las clases de kárate para empezar
con unas de acordeón, y después todos volvieron a conversar de sus cosas
olvidándose de la pequeña. Fue entonces cuando alguien preguntó si Magdalena
vendría a la reunión e Inés, que ese día era la anfitriona, aclaró que no lo
haría porque, según le había dicho, después de separarse de Loren aquellos saraos
le resultaban insoportables.
Toda la tarde había soplado una agradable
brisa, los hombres charlaban bajo las sombrillas junto a la barbacoa y ellas
habían preparado la mesa en el porche. Mercé se levantó y entró en la casa, dos
minutos después Raimon hizo lo mismo, alegando que necesitaba un sacacorchos.
Iñaki e Inés intercambiaron una mirada.
— ¡Qué valor tienen! con Teresa y Raúl
delante.
Tardaban en regresar pero en el aire se
sentía aún su presencia. Siempre queda algo de nosotros detrás, quizá para
reencontrarlo al volver. Teresa estaba nerviosa aunque trataba de disimular,
sentía impotencia y rabia porque era ella la que se avergonzaba por la
situación. En realidad ¿quería saber la verdad o prefería ignorarla?
En la
biblioteca Raimon y Mercé se besaban con urgencia. Lo que les sucedía había
sido algo inevitable. Aquellas reuniones acababan como la consulta de un
psicólogo, hablaban de cosas personales y a veces alguien quería ser el
terapeuta de alguien.
Días antes Mercé no quiso negarle lo que
pasaba cuando habló con Inés:
—Mi marido aún no sabe nada y creo que Teresa
tampoco. Lo hemos pensado mucho te lo aseguro, es duro tomar una decisión así,
sobre todo lo siento mucho por Raúl. Aún estoy sorprendida de que haya
sucedido, pero ha sido como recuperar de nuevo la alegría de vivir, ¿recuerdas
los nervios cuando tenías una cita? Suena todo poco maduro, pero no nos
importa. Estamos enamorados.
Mercé dijo al volver que los niños estaban
jugando en la parte de atrás. Minutos después apareció Raimon que, por cierto
se había olvidado el sacacorchos. Detrás de ellos, dando saltos de alegría
salió la niña, con su tutú blanco y dijo alzando la voz:
—Mamá, mamá... Mercé y Raimon se
quieren mucho
— ¿Qué dices cariño?
— Pues eso, que se estaban
besando en la biblioteca.
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