viernes, 26 de abril de 2019
Caprichoso azar
Fue precisamente aquella mañana y en aquel lugar por el que no solía pasar a menudo cuando la vio, solo fue una mirada fugaz que creyó haber olvidado al atravesar el siguiente semáforo en verde. No se dio cuenta pero el día, casi imperceptiblemente, se tornó rosado y el aire fresco y limpio, en aquella ciudad llena de coches en hora punta. Caminó hasta el hospital con el paso juvenil de otros tiempos, le esperaban dos operaciones y la terrible obligación de comunicar a un paciente el resultado de las pruebas que le habían hecho.
Por la noche, recostado en el sofá de la sala en semipenumbra, con los hombros doloridos, las piernas hinchadas por las horas de pie en el quirófano, tomaba una copa de vino y estudiaba cuáles serían las palabras más adecuadas para darle la mala noticia a la persona que le tocaba al día siguiente. Entonces le vino a la memoria la sonrisa de la mujer que, al cruzar el semáforo, le había mirado con un brillo cómplice en los ojos ¿O tal vez solo fue su imaginación? Podía verla de manera clara. ¿Y por qué la estaba recordando ahora? se preguntó sorprendido; sólo fue un segundo en una calle, no volverían a verse pero allí estaba pensando en ella.
Los días en que el trabajo en la consulta iba a resultar difícil, su secretaria aligeraba su agenda. Esa mañana revisaba el historial de la paciente que acababa de entrar. Oyó su saludo y levantó la cabeza para responder. Al verla sintió la sangre subir hasta su frente de golpe, debía tener la boca abierta, pensó. La mujer retrocedió ligeramente, la sorpresa se dibujó en su cara. Era ella e iba a ser él quien le dijera la verdad.
De nuevo aquellos ojos le estaban mirando, parecía tan asustada y a la vez decidida:
— Sea lo que sea que deba decirme, doctor, hágalo claramente. Estoy preparada.
A pesar de su miedo, sonreía y él habría reconocido su sonrisa entre mil.
La miró un segundo, aquello iba a resultar más difícil de lo habitual. Allí estaba ella esperando sus palabras, sin saber que eran su sentencia de muerte.
La memoria elige y guarda momentos, sensaciones que no sabemos que están ahí, él conservaba en la suya el brillo de sus ojos; a lo largo de toda la enfermedad se habían mirado tanto sabiendo ambos que debían vivir toda una vida condensada en poco tiempo. Después regresó a la monotonía y al estrés, aunque ya nada fue igual. Aún de vez en cuando se pregunta qué extraña pirueta del azar les había hecho cruzarse en un semáforo a primera hora del día.
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