sábado, 10 de julio de 2021

En el Paraíso

 

 

 

 

 


 

 

Milos le dio una patada al tronco y lanzó un grito de dolor. Anduvo cojeando unos pasos y luego se sentó sobre una piedra que sobresalía entre las raíces de los árboles centenarios. Dejó la mochila en el suelo y se quitó la bota. Había sangre en su dedo gordo ¡maldita sea! Ahora le costaría caminar y tenía aún un buen camino por delante.

Pensó en Greta y luego en su padre, los odiaba a ambos; sin que se diera cuenta, ellos habían arruinado su vida. Por eso, huía como un cobarde, para no enfrentarse a las dos personas que más quería en el mundo. Había controlado su instinto y procurado contener su ira para no tomar la venganza por su mano. Después de todo no era algo que no fuera tan viejo como el mundo y él no era la victima de la nefasta colisión de los astros, ni su padre el Caín de la historia.

En ella prefería no pensar. La senda se perdía entre los grandes robles y desaparecía en la oscuridad. Conocía el camino y siguió adelante decidido. Finalmente, asomando detrás de la hondonada, vio el tejado de pizarra y apretó el paso. La cabaña estaba, polvo y telarañas, como era de esperar. Dentro la estufa de hierro y el catre con la colcha de cuadros enrollada a los pies. Puso unas astillas y dos troncos y las prendió fuego, solocó la tetera con agua para hacer un te,  soltó los trastos sobre la mesa y se dejó caer en el camastro.

¿Por qué no se había dado cuenta? Estaba tan ocupado en otras cosas que había sido incapaz de sospechar nada. Pero… Cómo sospechar de su propio padre y cómo pensar siquiera que Greta pudiera verle de otro modo y cómo ambos no habían pensado en lo que le estaban haciendo a él. Salió fuera, anochecía y todo estaba en silencio, un búho cantaba desde alguna rama, a lo lejos. Entre la espesura se veía el cielo despejado y él sentía una marea sorda y amarga subiéndole desde las entrañas, ahogándole. Volvió a patear un árbol, el dolor fue intenso y gritó. Fue como abrir una botella de champán, el tapón salió rebotando en cada tronco en cada piedra y el grito traspaso el espacio y el tiempo y se perdió en el bosque, alejando a los pájaros asustados.

Gritar de aquella manera tan desgarrada, llorar con tanto desconsuelo, sin control, le sentó bien.

Ahora tenía que sentarse y pensar.