domingo, 11 de julio de 2021

Háblame alto... pero no me chilles

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

Mi abuelo siempre decía: Háblame alto, chico, que no te oigo y yo no lo podía entender. Desde que murió mi abuela él apagó la parte más importante de su interés por la vida, dejando prendida aquella lamparita que lo invitaba a ver el pasado. 

Solo recuerdo los buenos momentos, me decía, los malos, que los hubo, quedaron resueltos, unas veces bien y otras mal.

Según pasaba el tiempo mi abuelo se fue ausentando, no se iba a ningún lado, no olvidaba las cosas, seguía leyendo, escuchando música… nos abrazaba y de vez en cuando nos contaba cosas y siempre era algo hermoso. Pero se notaba que, la mayor parte del tiempo, vagaba por algún lugar secreto donde nadie era bienvenido.

Un día fui a sentarme con él. Miraba las montañas que, a lo lejos, se veían desde casa. Le pregunté qué hacía y me dijo: Trato de acostumbrarme, pero no lo consigo, me siento solo y sordo, mi mundo interior se reduce, todo lo que me sucede se ha encerrado en ese lugar estrecho y no encuentro el modo de ampliarlo. ¡Pero no estás solo! Le dije, estamos todos aquí y te queremos. Lo sé, lo sé… no es eso. Pues qué es, explícamelo abuelo. El amor llega a nosotros de mil maneras, a veces, incluso, no sabemos si es de verdad amor. Todos esos amores son un regalo y hay que corresponderlos y agradecerlos. Pero necesitamos nuestro amor, ese que está ahí para nosotros, en exclusiva en su intensidad. Y si lo pierdes te quedas solo. Y… con los años, sordo.