jueves, 18 de noviembre de 2021

Una prueba de confianza

 

 

 

 

 

 



 

 

     

 

      Por muy bien preparada que estés, a ti siempre te exigirán el doble.

Leonard Cohen decía que hay una grieta en todo y que así es como entra la luz.

 

 

 

Esta vez recorrería de nuevo la ruta 2 en las Dolomitas y como siempre, iba a acompañarla. Hay que tomar el autobús que sale de Bressanone y lleva a la telecabina y ésta a San Andrea, desde donde comienza el treck. Iba cargada con una gran mochila. Nos pusimos en marcha. El plan era caminar las primeras horas, detenernos para descansar y comer algo y seguir rápido. Anochecería pronto y había que preparar el vivac para pasar la noche.

Debía trotar para poder seguirla. Se llamaba Marcella y su nombre aparecía a menudo en la prensa: Marcella Pignatore, doctora ingeniera, socia principal en Rational Sciences. Y aventurera. El sol calentaba apenas. Sentada sobre el saco de dormir, miraba el horizonte, mientras repasaba el itinerario del día siguiente. Si todo iba bien, resultaría fácil. Un tramo por una senda estrecha, a suficiente altura, en terreno de dificultad media. Las crestas de roca y las aristas de nieve suponían un reto para ella. Nos pusimos de nuevo en marcha. Al poco, los bastones se hundían en la nieve a cada paso. A distancia suficiente, me movía con cuidado, debía grabar todos sus movimientos, los efectos de la luz sobre la nieve y la dificultad del camino, para después montar uno de los videos que le servirían para sus conferencias. Ascendía con rapidez, ausente de un mundo que no fuera la montaña y sus peligros.La baita estaba en perfecto estado, encendí un fuego con la abundante leña apilada, mientras, ella trataba de asearse. Era hermosa. De manera natural se había desprendido de la ropa húmeda y se movía por la cabaña, semi desnuda. Salí fuera y corté unos troncos, porque otros vendrían después.

Preparamos sopa de sobre, liofilizada y salchichas con puré de patata. Seguía callada, pero me miraba. Consiguió descolocarme, así que volví a salir de la cabaña y puse en marcha el dron, antes de que oscureciera del todo. No hablamos más de lo necesario, estaba cansada y se fue a dormir.

      A la mañana siguiente, el fuego se había apagado y en la cabaña hacía mucho frío. 

     Por lo menos, no nevaba. Tomamos un café y un bol de avena con frutos secos y salimos enseguida. 

 Caminábamos despacio, las botas se hundían en la nieve. La seguía a corta distancia, con la cámara    al hombro, jurando por mi suerte. Marcella parecía poseída por un demonio díscolo: descuidaba el control de sus pasos, se lanzaba cuesta abajo sin medir bien el peligro. Una vez estuvo a punto de caer por la vertiente. Empecé a preocuparme. Llegamos al vértice, paseó la vista por el paisaje, dejó escapar un grito y sin más, se desplomó al suelo. Una de las rocas golpeó su cabeza y quedó inmóvil. Solté la cámara y salí corriendo. Las piernas colgaban en el vacío, el resto del cuerpo se había hundido en la nieve. Golpeé su cara con suavidad, o eso pretendía. Volvió a suspirar. Entonces la arrastré hasta situarla en la zona que me pareció más segura. Le castañeteaban los dientes. La abracé con fuerza para que entrara en calor y la llamé por su nombre. 

 No sé cuánto tiempo pasó; cuando se recuperó, la sujeté por la cintura e iniciamos la bajada. La baita nos pareció el mejor hotel del mundo. Esta vez le quité la ropa y ella no opuso resistencia, parecía muy cansada.

Mientras limpiaba la herida causada por el golpe, me dirigió una de aquellas extrañas miradas; no sé si era a mí a quien veía, o no. La mujer valiente que había partido conmigo se había transformado en aquella, asustada y vulnerable.

Salí de nuevo de la cabaña; su debilidad despertaba en mí emociones que creía controladas y me sentía acobardado.  Después de varias vueltas pensé que también necesitaba dormir.

Cuando desperté por la mañana, estaba tendida a mi lado, apretada contra mí, la cabeza reposando en mi hombro, dormida.  En el poco espacio que ofrecía aquel catre de un refugio de montaña, deseé protegerla de cualquier peligro. Parecía una niña confiada.

 

 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios:

Antonio Aragüés Giménez dijo...

Magnífico, Rosa. Tienes una gran capacidad narrativa.

rosg dijo...

Gracias Antonio, es consecuencia de insistir