domingo, 22 de mayo de 2022

Conmiseración

 

 

 

 


 

 

 

 

Hay días que amanecen tristes, la neblina baja de los montes y el sol no tiene prisa por salir. En esos días, Marta se concede el lujo de compadecerse de sí misma. Mientras se da crema en la cara contempla su nariz roja y sus ojos hinchados de llorar, luego se lava los dientes, se mira atenta y le parece que amarillean. Hecho esto se deja llevar, se recrea en la pena amorosa que siente por ella. Se le pasa un poco cuando le da el primer sorbo al café y otro poco más cuando se unta las tostadas con mantequilla y una ración abundante de mermelada. Pero eso no ahuyenta el temor que la atenaza. Tiene cincuenta y tantos años, es demasiado pronto ¿Qué ha hecho con su vida? Y además ¿por qué sigue con ese trabajo que le impide dormir en paz?

Cuando al salir de casa se mira en el espejo del hall, se dice con rabia: estás gorda. Y eso también es motivo de conmiseración.

Quisiera poder olvidarse de todo cuando baje a la calle. Camina con paso rápido, moviendo los brazos al compás, la vista fija dos metros adelante y dando vueltas en la cabeza a las ideas, para ver cómo enfocar lo que tiene que hacer ese día y no pensar en lo demás. Le toca informar a siete de sus compañeros que están despedidos. ¿Cómo afrontar algo así?  Suele alejarse del barullo de la gente cuando espera el metro, de esa manera se siente más segura. Observa a los demás pasajeros. No sabe por qué, pero está allí y no es una de ellos; puede verlos, imaginar historias para sus vidas, mirarlos fijamente y comprobar si alguien también la mira a ella y creer que para ese alguien, existe. Sin embargo, lo que siente es un terror que le paraliza. Quisiera desaparecer. Decide que acabará su viaje en la parada de un lugar donde no haya estado nunca. Por un día que la esperen, seguramente no será el único en adelante. Las escaleras mecánicas la llevan mansamente hacia la luz, la liberan de las tinieblas y la dejan en medio de una estación desierta. Está sorprendida, no esperaba aquel silencio cuando el convoy se aleja. Camina de nuevo con paso firme por una calle larga, con una acera que bordea un muro de gran altura, con pintadas de colores y otra enfrente, en la que se abren y cierran persianas de negocios en venta. Siente un cosquilleo recorrer su espalda, mira hacia atrás e inmediatamente monta en su cabeza una historia de persecución, asalto y muerte. En el vientre un escalofrío le reprocha que ame el peligro, que busque la emoción intensa de imaginar que la siguen y que le gustaría que la alcanzasen, aunque luego nunca suceda nada.

Cuando llega al final de la calle, voltea la esquina y se encuentra el río, sucio y con el agua rebosante en las orillas. Huele a cloaca y los bordes están resbaladizos debido al verdín oscuro y pegajoso. El noray parece asomarse para verse reflejado en la corriente. Marta siente el frío del metal en sus nalgas y el aire húmedo penetrándole por los muslos, cuando se sienta en él. No ha sido a propósito, pero ahí está, en el lugar y momento exactos, como si lo hubiera planeado, o tal vez sí que lo ha hecho. ¿Estaba dispuesta a enfrentarse al resultado que le darán mañana? Piensa qué sentiría si se cayera al río. Se recrea en la idea y se deja arrastrar por la sensación del agua helada, penetrando entre su ropa, poco a poco, primero por las piernas, el vientre, la espalda, hasta llegar a la cabeza y entrar por su boca. Siente una nausea que le provoca una arcada. Cierra los ojos. Una mano se posa en su hombro e imagina que alguien se acerca por detrás, la empuja y le evita la indecisión y el miedo de hacerlo por sí sola.

 

 

 

2 comentarios:

Antonio Aragüés Giménez dijo...

Está muy bien descrita la tristeza que rezuma todo el relato.

rosg dijo...

Gracias Antonio, los comentarios siempre se agradecen.