Esta historia sucedió en tiempos de televisiones, tabletas y computadores, cuando los niños iban al colegio desde los cuatro meses y los papas trabajaban mucho para que no les faltara nada. Los hermanos mayores estudiaban en el instituto o en la universidad y los abuelos vivían cerca. Las cosas no iban muy bien en aquella ciudad, o mejor dicho, en ninguna. Se hablaba de crisis, de paro y pobreza, pero Tita, nuestra protagonista era aún demasiado pequeña para darse cuenta de esas cosas.
Tita sabía
que sus papas la querían mucho, lo notaba en los besos que le daban cuando se
levantaba de la cama y cuando se iba a dormir y eso sucedía desde que era
mucho, mucho más pequeña que ahora. Todavía no comprendía que sus papás hacían
muchas otras cosas por ella, cosas que, a veces, costaban esfuerzos y
sacrificios. Como siempre la hablaban con cariño y estaban sonrientes a Tita le
parecía que aquello era lo normal.
Por las
mañanas temprano su papá le ponía el abrigo, porque hacía mucho frío a esas
horas tan tempranas, los guantes, el gorro y la bufanda. Papá sabía hacer
muchas cosas bien, nadie sabía jugar a los bolos, en el pasillo de casa, como
él, pero para peinarle las coletas no se daba maña. Por eso hoy le dolía la
cabeza, porque el pelo le daba tirones debajo del gorro de lana.
El cole
estaba cerca, por eso papi le llevaba caminando cogida de su mano que era
fuerte y calentita. Tita lo miraba todo por el camino, era muy curiosa y se
fijaba en todo. Por eso le vio, o mejor dicho vio una manta que parecía tapar
algo grande y que su papá le explicó que era un hombre.
— ¿Qué hace
ahí, papi? —preguntó muy sorprendida
— Supongo
que no tendrá una casa donde vivir —le contestó él, mirándola de reojo
— ¡Y por
qué le pasa eso! pobrecito
— No sé
nena, seguramente no tendrá trabajo
Tita estuvo
todo el día pensando en aquel bulto envuelto en una manta que parecía ser un
hombre sin casa y sin trabajo. Pero no lo entendía porque mirando alrededor
ella veía montones de casas y pensaba que en alguna habría sitio para él
seguramente.
A la noche
se lo comentó a sus papas mientras cenaban. Ellos se miraron preocupados. ¿Cómo
explicar a una niña estas cosas?
— Algunas
personas no tienen la suerte que nosotros, Tita, y acaban durmiendo en la calle
y alimentándose como pueden. Es una pena.
— ¿No le
importa a nadie? ¿Nadie hace nada?
—Sí, cariño
pero a veces no se puede hacer mucho
A Tita le
pareció que a su papá se le había puesto la cara roja y además ya no le miraba
a los ojos.
— ¿Quién
arregla esas cosas, mami? ¿Por qué no hace algo?
— Sí, hija.
Los que se ocupan de estas cosas son los políticos y ya hacen lo que pueden, aunque
podrían hacer más.
Tita siguió
mirando todos los días al hombre de debajo de la manta, cada día esta estaba
más sucia y él permanecía más quieto. La gente pasaba a su lado y nadie hacía
nada, tampoco su papá, siempre apretaba el paso cuando llegaban a aquel lugar.
Una mañana
vino a la escuela un señor muy elegante, llevaba una cartera llena de papeles
en la mano y le seguían todos los profesores, incluso el director y otros
hombres vestidos como él y de caras muy enfadadas.
— ¿Quién
es? —le preguntó por lo bajines a una de las cuidadoras
— Creo que es un ministro o un delegado o algo así
— Y eso qué es
— Son políticos Tita
¡Políticos! por fin veía uno. Tenía que contarle lo
del hombre debajo de la manta, seguro que él podría hacer algo para que no
durmiera en la calle.
Salió corriendo por el pasillo y llegó hasta el
despacho del Director gritando:
— ¡Señor, señor político! tengo que contarle lo del
hombre de la manta...
No llegó más lejos, aquellos hombres con cara de
enfadados se lanzaron sobre ella y la devolvieron en volandas al pasillo. El
político la miró de reojo y siguió su camino.
1 comentario:
¡Muy bueno!
La vida nos va robando poco a poco la sensibilidad y a los políticos mucho más aprisa.
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