—No os
preocupéis por mí, mamá, encontraré un trabajo pronto y enviaré dinero. Y
tú Siru, hermanito, en cuanto pueda mandaré a por ti, allí podrás estudiar.
Sentado en el patio entre otros cientos como él, Sabá recordaba las olas
salpicando dentro del cayuco, al cruzar el estrecho, su terror y el de sus
compañeros. Ahora allí en el centro de acogida, la nostalgia, y el desamparo le
dolían en el corazón. ¡Tanto sufrimiento, tanto tiempo desde que salió de casa!
Muchos se habían quedado en el camino, el tenía suerte, estaba vivo. ¿Pero era
aquello el paraíso?
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