Mi amiga Inma tenía dos abuelas, una vivía
con ellos en su casa, era la mamá de su papá y resultaba muy divertida. Era
robusta de ojos brillantes y llenos de vida, tenía una hermosa cabellera que se
peinaba en un moño bastante original y le gustaba el futbol.
Los domingos si
llovía nos reuníamos en su casa a escuchar música, hablar de nuestras cosas y
reírnos de casi todo. Su mamá nos preparaba chocolate y freía churros para que
merendáramos con ella, luego nos enseñaba a bailar. Poníamos boleros o a Sara
Montiel que cantaba con aquella voz arrebatada y nos decía: dos a la derecha y
uno a la izquierda, luego vuelta y comenzáis otra vez. Cuando llegaron los
guateques las tres, pues eramos tres, ya sabíamos bailar. Como digo era domingo, tarde de partidos
de futbol y la abuela Pepa los escuchaba por la radio en un programa que se
llamaba Carrusel Deportivo. El locutor se volvía loco describiendo las jugadas,
cantaba los goles algunas veces antes que acontecieran de pura pasión que ponía
en su trabajo. Pepa estaba pegada al aparato siguiendo los pasos
de su equipo favorito con nerviosismo e ilusión. Enseguida sabíamos si ganaba o
perdía. Si era lo segundo se escuchaba una letanía que parecía el conjuro
de una bruja y si por el contrario era lo primero, se asomaba a la ventana y gritaba
a los cuatro vientos: ¡gooool, goool, gol! Y así los vecinos, que
tomaban el aire en la Plaza cercana, sabían lo que había hecho el equipo local.
De la otra abuela hablaremos otro día.
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