Relatos Improbables
Yo fingía que le creía mirándole asombrada; no entendía cómo podía hablarme con aquella tranquilidad y que yo estuviera escuchándole casi divertida. ¡Si solo tenía once años! Los ojos esquivos, sin mirar de frente y con un ligero temblor en el izquierdo. Me preguntaba cómo podía tener aquella caradura para seguir mintiendo.
—O sea que no has sido tú ¿quién ha podido ser entonces, hijo? la vecina dice que te ha visto y los prismáticos estaban en tu mesilla.
—¡Que no, mama! que yo no miro desnudarse a la vecina —insistía, rojo como un tomate— ¿Le has preguntado a papá?
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