Me hablabas del punto de fuga y yo miraba el camino y trataba de entenderte. Los árboles pintaban reflejos, las hojas se desmayaban y caían al suelo como atacadas por un súbito brote de pereza. Me decías: para llegar allí donde el camino se pierde, es preciso esforzarse, trazar dos líneas paralelas que acabarán encontrándose.
Anduve mucho, siempre mirando al horizonte, el bosque, tan pequeño a lo lejos, crecía a medida que avanzaba… y el camino se ensanchaba de nuevo. Sigo caminando por si algún día llego al punto de fuga: el que une, se queda y no quiere irse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario