(Tema: Máscaras, enmascarados...)
No volveré a sentir miedo, ya no, pensé. El miedo y yo nos hicimos amigos hace tiempo, cuando íbamos juntos y todo se hizo agua y noche y estalló la aurora y ese día se parecía más a la muerte que a la vida. Estaba huyendo y el temor decidió seguirme. Sucedió cuenda aún era inocente y crédulo. El mar te llevará al paraíso, me dijeron. Pagué el precio al traficante y el mar, no diré cómo, me depositó en la fina arena de una playa. Hubo muchos que no llegaron; pensé que había tenido suerte, por lo menos yo estaba vivo,
Nunca antes había pensado ser diferente, o que hubiera tantos tan diferentes a mí. Había vivido toda mi corta vida en un pueblo, donde apenas había aprendido a leer y escribir. Aquí fui consciente de que soy negro, soy pobre y no entiendo nada ni me entiende nadie. ¡No me llamo Iñaki, soy Serigne Langa! así me llamó mi madre. Contemplé las calles llenas de gente y me dije que debía aprender rápido a buscarme la vida. Metí mi miedo en lo más profundo de la mochila, me miré a un espejo y compuse una bonita sonrisa. Estaba ahí helada, sentía la tirantez de mis mejillas intentando que nada descompusiera mi rostro; debía parecer feliz, la pobreza es fea y la tristeza aleja a la gente y así me lancé a conquistar mi sueño.
Creí que el miedo nunca regresaría, pero, ha vuelto como uno de esos amigos a los que no ves hace tiempo y de pronto aparecen en tu puerta pidiéndote pasar.
Subía al barrio, en lo alto de la ciudad, desde las calles limpias, las terrazas con gente animada y la playa soleada, mi rostro relucía por el sudor de un día entero caminando, el cansancio de todo, de la tensión para que mi sonrisa, que deja asomar mis dientes entre los labios, no desapareciera. Caminaba absorto con mis pensamientos, perdidos en el polvo de los caminos de mi pueblo, el aroma a especias y a pan de pita y la voz de mi madre llamándome. Entonces los vi: Ellos eran unos cuantos y yo solo era un puto negro de mierda.
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