miércoles, 20 de abril de 2022

La layenda

 

 

 

 


 

 

 

Esta historia sucedió hace mucho, mucho tiempo, cuando aún existían seres extraordinarios, había misterios sin resolver y la gente era inocente y creía en cosas extrañas que pasaban a diario sin que nadie supiera explicarlas.

 

El bosque jamás está silencioso; aun en la noche cerrada y oscura extraños ruidos acompañan al paso del tiempo. Los caminos, cuajados de hojas recién caídas, aún vivas en sus colores, se abren al alboroto apenas audible de los insectos, que se afanan para aprovechar la ausencia de peligros. En las ramas unos pájaros duermen y otros vigilan su descanso. Entre la bruma del lago navega la vieja embarcación en la que Morgana lleva a su hermanastro a Avalón.

Las aguas tranquilas del río están cubiertas por una espesa niebla, reina un extraño silencio, interrumpido por el ritmo acompasado de los remos de la embarcación acercándose a la orilla. Entre la bruma, aparece la proa de una barca de madera vieja y descolorida. En pie sobre ella una hermosa mujer rema cadenciosamente. Es esbelta, con una larga melena dorada que cubre su espalda y en la frente, una guirnalda de hojas y flores. La luz del amanecer penetra a través de su vestido blanco confiriéndole un aspecto fantasmal. Parece volar sobre el agua. Los animales nocturnos conocen bien el misterio de esa barca que va y viene, desapareciendo en medio de la niebla sin que nadie haya sabido jamás cuál es su destino.

Morgana contempla a su hermano, pálido y ausente. Maquina dónde podrá reposar su hermoso cuerpo que duerme, hasta que vuelva a surgir de nuevo su tiempo. Lo ha planeado así en su conjuro y así lo vio en sus sueños Merlín. La suave y húmeda brisa se entrelaza en el cabello del Rey. Al siseo de las ramas de los árboles se une el croar de las ranas en la charca. Arturo sabe que está muerto, pero ¿cómo puede pensar como si estuviera vivo?  

Entre la niebla que atenaza su mente, ve a Ginebra, a la que ama tanto, en el tranquilo jardín del castillo, en brazos de Lanzarote, su mejor amigo y en el salón del trono, a los caballeros de la Mesa Redonda discutiendo airadamente su poder, disputándole el derecho a su reino. Se ve a sí mismo en la batalla cruenta de Calmann y aún siente el dolor intenso de la estocada que lo ha herido de muerte.

Ginebra jura que lo ama y que, a pesar de las apariencias, es inocente del pecado de infidelidad, que nunca le ha traicionado con su amigo. El corazón le duele cuando ve alejarse a Lanzarote por la curva del camino, en el bosque y desaparecer entre los frondosos árboles, camino del exilio.

El Rey ignora la razón por la que se encuentra en medio del bosque, tan lejos de la vida, tan cerca de la muerte.

El cuervo vuela en círculos sobre su cabeza, después se posa sobre su vientre, negro y brillante como la oscura noche. Lleva en el pico una ramita de enhebro y le mira a los ojos. Los suyos le resultan familiares, sabe que son los de su hermana Morgana, madre de su hijo Mordred, al que engendraron un día de mayo en medio del bosque, durante la fiesta de la fertilidad, tal como lo ordenó La Dama del Lago.

El pájaro ha dejado en su boca la rama, no necesita más señales, el Rey comprende que Avalón será para siempre su destino hasta que los tiempos le sean más propicios.

El bosque se mira en el lago, la noche apenas roba reflejos a sus aguas; las flores silvestres se encierran sobre sí mismas buscando refugio contra los insectos nocturnos. Morgana rema lentamente en su barca, de vuelta, ya satisfecha, ha encontrado un lugar perfecto para que reposen los restos de su hermano.

Entre los arbustos, con el constante murmullo de las aguas, en medio de ellas, en una pequeña isla solitaria, descansará Arturo, Rey de Camelot su sueño eterno. Sueño sí, porque Arturo no está muerto y jamás morirá.

 

 

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