martes, 4 de marzo de 2014

Cuando Tita va al colegio








Esta historia sucedió en tiempos de televisiones, tabletas y computadores, cuando los niños iban al colegio desde los cuatro meses y los papas trabajaban mucho para que no les faltara nada. Los hermanos mayores estudiaban en el instituto o en la universidad y los abuelos vivían cerca. Las cosas no iban muy bien en aquella ciudad, o mejor dicho, en ninguna. Se hablaba de crisis, de paro y pobreza, pero Tita, nuestra protagonista era aún demasiado pequeña para darse cuenta de esas cosas.
Tita sabía que sus papas la querían mucho, lo notaba en los besos que le daban cuando se levantaba de la cama y cuando se iba a dormir y eso sucedía desde que era mucho, mucho más pequeña que ahora. Todavía no comprendía que sus papás hacían muchas otras cosas por ella, cosas que, a veces, costaban esfuerzos y sacrificios. Como siempre la hablaban con cariño y estaban sonrientes a Tita le parecía que aquello era lo normal.
Por las mañanas temprano su papá le ponía el abrigo, porque hacía mucho frío a esas horas tan tempranas, los guantes, el gorro y la bufanda. Papá sabía hacer muchas cosas bien, nadie sabía jugar a los bolos, en el pasillo de casa, como él, pero para peinarle las coletas no se daba maña. Por eso hoy le dolía la cabeza, porque el pelo le daba tirones debajo del gorro de lana.
El cole estaba cerca, por eso papi le llevaba caminando cogida de su mano que era fuerte y calentita. Tita lo miraba todo por el camino, era muy curiosa y se fijaba en todo. Por eso le vio, o mejor dicho vio una manta que parecía tapar algo grande y que su papá le explicó que era un hombre.
— ¿Qué hace ahí, papi? —preguntó muy sorprendida
— Supongo que no tendrá una casa donde vivir —le contestó él, mirándola de reojo
— ¡Y por qué le pasa eso! pobrecito
— No sé nena, seguramente no tendrá trabajo
Tita estuvo todo el día pensando en aquel bulto envuelto en una manta que parecía ser un hombre sin casa y sin trabajo. Pero no lo entendía porque mirando alrededor ella veía montones de casas y pensaba que en alguna habría sitio para él seguramente.
A la noche se lo comentó a sus papas mientras cenaban. Ellos se miraron preocupados. ¿Cómo explicar a una niña estas cosas?
— Algunas personas no tienen la suerte que nosotros, Tita, y acaban durmiendo en la calle y alimentándose como pueden. Es una pena.
— ¿No le importa a nadie? ¿Nadie hace nada?
—Sí, cariño pero a veces no se puede hacer mucho
A Tita le pareció que a su papá se le había puesto la cara roja y además ya no le miraba a los ojos.
— ¿Quién arregla esas cosas, mami? ¿Por qué no hace algo?
— Sí, hija. Los que se ocupan de estas cosas son los políticos y ya hacen lo que pueden, aunque podrían hacer más.

Tita siguió mirando todos los días al hombre de debajo de la manta, cada día esta estaba más sucia y él permanecía más quieto. La gente pasaba a su lado y nadie hacía nada, tampoco su papá, siempre apretaba el paso cuando llegaban a aquel lugar.
Una mañana vino a la escuela un señor muy elegante, llevaba una cartera llena de papeles en la mano y le seguían todos los profesores, incluso el director y otros hombres vestidos como él y de caras muy enfadadas.
— ¿Quién es? —le preguntó por lo bajines a una de las cuidadoras
— Creo que es un ministro o un delegado o algo así
— Y eso qué es
— Son políticos Tita
¡Políticos! por fin veía uno. Tenía que contarle lo del hombre debajo de la manta, seguro que él podría hacer algo para que no durmiera en la calle.
Salió corriendo por el pasillo y llegó hasta el despacho del Director gritando:
— ¡Señor, señor político! tengo que contarle lo del hombre de la manta...
No llegó más lejos, aquellos hombres con cara de enfadados se lanzaron sobre ella y la devolvieron en volandas al pasillo. El político la miró de reojo y siguió su camino.

1 comentario:

RayTan dijo...


¡Muy bueno!
La vida nos va robando poco a poco la sensibilidad y a los políticos mucho más aprisa.