viernes, 20 de junio de 2014

De profesión: Pitoniso





(Tema Humor)




Mis amigos me llaman Huevón. También afirman que no doy ni golpe y que no he trabajado en mi vida. Pues claro, que culpa tengo de este cansancio que me ataca desde el momento en que abro los ojos por la mañana. También me dicen que vaya al médico que, a lo mejor lo que me pasa es por culpa de alguna enfermedad. Claro, que majos. ¿Y quién les ha dicho que quiero curarme? ¿Y si luego me entran ganas de salir por ahí a buscar trabajo?
Me llamo Paco Martín y tengo 43 años. Soy huérfano y vivo solo. Cuando murió mi madre me dejó en herencia una cantidad que me pareció suficiente para vivir sin trabajar. Yo no tenía ni idea de lo que es administrar el dinero. Hasta entonces me lo habían dado todo hecho. Y ahora me he dado cuenta de que hay que pensar mucho para administrarlo bien.
El jueves pasado, en el Trigo Limpio, el bar donde vamos todos los días y que es el centro de reunión de la panda, se lo decía al Pascual en privado:
— Tío, estoy seco como la mojaba. Se me acaba la pasta de la vieja y luego no sé que voy a hacer.
Y va y me dice el muy desgraciado:
— ¿Has pensado en la posibilidad de ponerte a trabajar?
Me ha dado la risa, bueno eso por fuera, por dentro me ha dado un escalofrío que me ha recorrido toda la columna. ¿Trabajar en qué? Si yo no he trabajado en la vida, si dicen que no sé hacer nada. Ya me lo decía mi madre: Eres un inútil, no sabes hacer nada. Sí sé, lo que pasa es que me da pereza ponerme a ello.
Sixto, el cuñado de Pascual, que también es de la panda, se ha ofrecido a hablar con el encargado de la obra donde él trabaja a ver si hay algo para mí. Ya le he dicho que no se moleste, que no hay prisa.
¡Qué susto! Ya pensaré algo, pero de trabajar en la obra ¡ni hablar!

No puedo dormir, no tengo sueño, no sé por qué. Me dicen que es porque no estoy cansado, pero me parece que son las preocupaciones las que no me dejan. Porque todo el mundo cree que yo no me preocupo y que vivo así, a la sopa boba. No es verdad. Pienso continuamente en qué podría hacer para ganar dinero, aunque no sea mucho, sin tener que ponerme a currar. Ya digo que estoy muy cansado. Total que, anoche, estaba viendo la tele a altas horas, cuando en la pantalla apareció una señora que se ofrecía para vaticinar el futuro de la gente, incluso aseguraba que podía ayudar a resolver toda clase de problemas. Pensé que podía llamarla a ver qué me decía, a lo mejor tenía una solución. Cuando vi que había que pagar por la llamada, se me quitaron las ganas. Seguro que es un timo como un templo.
Y así empieza mi historia. He decidido que voy a ser adivino. Tengo que madurar la idea y pulirla. Empezaré con los amigos para practicar y luego me anunciaré lejos del barrio (que aquí todo el mundo me conoce y no me van a tomar en serio) y recibiré a la gente en casa.

Ya está. Tengo una mesa camilla en el cuarto de estar, con una tela estrellada cubriéndola, muchas velas blancas y negras, luz tenue (he quitado casi todas las bombillas de la lámpara) música monótona de esa de relajarse y palitos de incienso, tantos que a veces me marean, pero pienso que si me pasa a mí también les pasará a mis clientes y eso me viene bien. Tengo cartas de Tarot aunque todavía no las entiendo, huesos de taba pintados de negro y un polvo hecho de flores viejas machacadas, (las cojo del contenedor de la basura cerca de la iglesia). Y ya está. Este es todo mi equipamiento laboral.
De momento solo ha venido una mujer mayorcita que quiere saber si su hijo encontrará trabajo pronto. ¡Qué obsesión tienen las madres con que sus hijos trabajen! Le he dicho que sí, que lo encontrará pero que tenga paciencia. ¿Qué le voy a decir? Para llegar a eso he echado las tabas tres veces, las he leído con mucho interés, después he rociado sus manos con el polvo de flores y he encendido tres velas, una negra y dos blancas. ¡Pobre! Seguía mis movimientos con verdadera veneración. Ya, ya sé que todo esto es una porquería, pero ella me ha pagado los veinte euros que le he pedido y se ha ido contenta pensando que su hijo encontrará trabajo pronto.

Las cosas marchan muy bien. Tengo ya una clientela más o menos fiel. Algunos no vuelven más, pero otros, lo hacen con cierta frecuencia. Como ya les voy conociendo puedo decirles con más seguridad lo que desean oír. Además aprendo pequeños trucos. Alguien me pidió que le hiciera mis predicciones con un huevo disuelto en un vaso de agua. Me sorprendió, pero tampoco iba a negarle el capricho, así que me dediqué a darle vueltas al vaso, mareando al huevo y al cliente con los círculos. Luego analicé en profundidad la transparencia de la clara y el color más o menos amarillo de la yema. El caso es que mis predicciones resultaron ciertas. Gracias a esta persona recibo nuevos clientes que desean probar el truco.
Con la experiencia he aprendido a reconocer pequeños detalles. Cómo se mueven, cómo me miran... esas pequeñas cosas que dicen tanto de nosotros para un ojo atento.
Lo demás es fácil. Les hago preguntas inocentes, cuyas respuestas me reportan información imprescindible. Lo más importante es hablarles con voz muy suave, apenas audible y de manera descoordinada, con el fin de que se vayan sin saber muy bien lo que les he dicho. 
Metí la pata el día que vino Laura a preguntarme si su marido le era infiel. Ya sé que nunca hay que mezclar el trabajo con el placer, pero... Laura estaba como un bollo y muy triste, segura de que el engaño era cierto. Lloró en mi hombro cuanto quiso. Yo soy un sentimental, así que primero la dejé. Luego la abracé y por último, la vi tan mal que me la llevé dentro, al dormitorio, y una cosa llevó a la otra y acabamos follando como dos posesos.
No encontré respuesta a su deseo de saber si su marido se iba con una o con otra. Más bien pensaba que ya hacía falta ser tonto para no apreciar lo que tenía en casa. Peor para él, yo sí y mucho, porque Laura todo lo tenía bueno. Por eso la hacía volver a menudo a la consulta con la disculpa de que iba a investigar y pronto sabría algo nuevo.
Ayer Laura estuvo especialmente cariñosa, fue ella la que me empujó sobre el sofá de la consulta y la que llevó la iniciativa todo el tiempo. Yo me dejé hacer, porque la verdad es que me tiene completamente loco. Estábamos en éxtasis, en lo mejor, cuando, de pronto sonaron unos golpes en la puerta que parecían querer tirarla abajo. Me puse el pantalón y a pecho descubierto abrí, dispuesto a gritar al que llamaba. No pude, un puño como un yunque se incrustó en mi cara, luego bajó a mi estómago y una rodilla golpeó mis testículos.
Caído en el suelo, boqueando sin poder respirar, vi como aquel energúmeno agarraba del brazo a Laura y tomando la ropa del suelo le decía:
— Vamos, ya está bien cariño, una cosa es un capricho de un par de días y otra muy diferente es que te aficiones. 



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