(Tema Humor)
Mis amigos me llaman Huevón. También afirman que no doy ni golpe y que no he trabajado
en mi vida. Pues claro, que culpa tengo de este cansancio que me ataca desde el
momento en que abro los ojos por la mañana. También me dicen que vaya al médico
que, a lo mejor lo que me pasa es por culpa de alguna enfermedad. Claro, que
majos. ¿Y quién les ha dicho que quiero curarme? ¿Y si luego me entran ganas de
salir por ahí a buscar trabajo?
Me llamo Paco Martín y tengo 43 años. Soy huérfano y
vivo solo. Cuando murió mi madre me dejó en herencia una cantidad que me
pareció suficiente para vivir sin trabajar. Yo no tenía ni idea de lo que es
administrar el dinero. Hasta entonces me lo habían dado todo hecho. Y ahora me
he dado cuenta de que hay que pensar mucho para administrarlo bien.
El jueves pasado, en el Trigo Limpio, el bar donde vamos todos los días y que es el centro de reunión de la
panda, se lo decía al Pascual en privado:
— Tío, estoy seco como la mojaba. Se me acaba la
pasta de la vieja y luego no sé que voy a hacer.
Y va y me dice el muy desgraciado:
— ¿Has pensado en la posibilidad de ponerte a
trabajar?
Me ha dado la risa, bueno eso por fuera, por dentro
me ha dado un escalofrío que me ha recorrido toda la columna. ¿Trabajar en qué?
Si yo no he trabajado en la vida, si dicen que no sé hacer nada. Ya me lo decía
mi madre: Eres un inútil, no sabes hacer
nada. Sí sé, lo que pasa es que me da pereza ponerme a ello.
Sixto, el cuñado de Pascual, que también es de la
panda, se ha ofrecido a hablar con el encargado de la obra donde él trabaja a
ver si hay algo para mí. Ya le he dicho que no se moleste, que no hay prisa.
¡Qué susto! Ya pensaré algo, pero de trabajar en la
obra ¡ni hablar!
No puedo dormir, no tengo sueño, no sé por qué. Me
dicen que es porque no estoy cansado, pero me parece que son las preocupaciones
las que no me dejan. Porque todo el mundo cree que yo no me preocupo y que vivo
así, a la sopa boba. No es verdad. Pienso continuamente en qué podría hacer
para ganar dinero, aunque no sea mucho, sin tener que ponerme a currar. Ya digo
que estoy muy cansado. Total que, anoche, estaba viendo la tele a altas horas,
cuando en la pantalla apareció una señora que se ofrecía para vaticinar el
futuro de la gente, incluso aseguraba que podía ayudar a resolver toda clase de
problemas. Pensé que podía llamarla a ver qué me decía, a lo mejor tenía una
solución. Cuando vi que había que pagar por la llamada, se me quitaron las
ganas. Seguro que es un timo como un templo.
Y así empieza mi historia. He decidido que voy a ser
adivino. Tengo que madurar la idea y pulirla. Empezaré con los amigos para
practicar y luego me anunciaré lejos del barrio (que aquí todo el mundo me conoce
y no me van a tomar en serio) y recibiré a la gente en casa.
Ya está. Tengo una mesa camilla en el cuarto de
estar, con una tela estrellada cubriéndola, muchas velas blancas y negras, luz
tenue (he quitado casi todas las bombillas de la lámpara) música monótona de
esa de relajarse y palitos de incienso, tantos que a veces me marean, pero
pienso que si me pasa a mí también les pasará a mis clientes y eso me viene
bien. Tengo cartas de Tarot aunque todavía no las entiendo, huesos de taba
pintados de negro y un polvo hecho de flores viejas machacadas, (las cojo del
contenedor de la basura cerca de la iglesia). Y ya está. Este es todo mi
equipamiento laboral.
De momento solo ha venido una mujer mayorcita que quiere
saber si su hijo encontrará trabajo pronto. ¡Qué obsesión tienen las madres con
que sus hijos trabajen! Le he dicho que sí, que lo encontrará pero que tenga
paciencia. ¿Qué le voy a decir? Para llegar a eso he echado las tabas tres
veces, las he leído con mucho interés, después he rociado sus manos con el
polvo de flores y he encendido tres velas, una negra y dos blancas. ¡Pobre!
Seguía mis movimientos con verdadera veneración. Ya, ya sé que todo esto es una
porquería, pero ella me ha pagado los veinte euros que le he pedido y se ha ido
contenta pensando que su hijo encontrará trabajo pronto.
Las cosas marchan muy bien. Tengo ya una clientela
más o menos fiel. Algunos no vuelven más, pero otros, lo hacen con cierta
frecuencia. Como ya les voy conociendo puedo decirles con más seguridad lo que
desean oír. Además aprendo pequeños trucos. Alguien me pidió que le hiciera mis
predicciones con un huevo disuelto en un vaso de agua. Me sorprendió, pero
tampoco iba a negarle el capricho, así que me dediqué a darle vueltas al vaso,
mareando al huevo y al cliente con los círculos. Luego analicé en profundidad
la transparencia de la clara y el color más o menos amarillo de la yema. El
caso es que mis predicciones resultaron ciertas. Gracias a esta persona recibo
nuevos clientes que desean probar el truco.
Con la experiencia he aprendido a reconocer pequeños
detalles. Cómo se mueven, cómo me miran... esas pequeñas cosas que dicen tanto
de nosotros para un ojo atento.
Lo demás es fácil. Les hago preguntas inocentes,
cuyas respuestas me reportan información imprescindible. Lo más importante es
hablarles con voz muy suave, apenas audible y de manera descoordinada, con el
fin de que se vayan sin saber muy bien lo que les he dicho.
Metí la pata el día que vino
Laura a preguntarme si su marido le era infiel. Ya sé que nunca hay que mezclar
el trabajo con el placer, pero... Laura estaba como un bollo y muy triste,
segura de que el engaño era cierto. Lloró en mi hombro cuanto quiso. Yo soy un
sentimental, así que primero la dejé. Luego la abracé y por último, la vi tan
mal que me la llevé dentro, al dormitorio, y una cosa llevó a la otra y
acabamos follando como dos posesos.
No encontré respuesta a su
deseo de saber si su marido se iba con una o con otra. Más bien pensaba que ya
hacía falta ser tonto para no apreciar lo que tenía en casa. Peor para él, yo
sí y mucho, porque Laura todo lo tenía bueno. Por eso la hacía volver a menudo
a la consulta con la disculpa de que iba a investigar y pronto sabría algo
nuevo.
Ayer Laura estuvo
especialmente cariñosa, fue ella la que me empujó sobre el sofá de la consulta
y la que llevó la iniciativa todo el tiempo. Yo me dejé hacer, porque la verdad
es que me tiene completamente loco. Estábamos en éxtasis, en lo mejor, cuando,
de pronto sonaron unos golpes en la puerta que parecían querer tirarla abajo. Me
puse el pantalón y a pecho descubierto abrí, dispuesto a gritar al que llamaba.
No pude, un puño como un yunque se incrustó en mi cara, luego bajó a mi
estómago y una rodilla golpeó mis testículos.
Caído en el suelo, boqueando
sin poder respirar, vi como aquel energúmeno agarraba del brazo a Laura y
tomando la ropa del suelo le decía:
— Vamos, ya está bien cariño,
una cosa es un capricho de un par de días y otra muy diferente es que te
aficiones.
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