domingo, 7 de junio de 2015

Filosofando




(Tema Filosofía)






   Mi padre me decía siempre que hay que utilizar la cabeza para pensar y que lo más difícil es poner en práctica lo que se piensa.
    
   Yo era un jovenzuelo imberbe que deseaba aprender, pero sin que me costara demasiado esfuerzo. A pesar de lo cual, me daba cuenta de que las cosas que decía mi padre solían ser muy acertadas. Todo el mundo le respetaba; cuando hablaba la gente solía callar y escuchar atentamente. Sus frases eran un compendio de sabiduría. Cuando le decían que era un filósofo, solía reírse y contestar: Son filósofos verdaderos aquellos a quienes gusta contemplar la verdad. Y luego añadía que aquello no se le había ocurrido a él, sino que lo había dicho Platón hacía muchos años.
   
    Fue por todo esto que yo empecé a mirar en los libros para saber quién era ese señor al que mi padre nombraba tanto y que parecía saberlo todo de los hombres. Primero fueron los libros que guardaba como tesoros en las estanterías de la sala y una vez leídos Platón y otros, me entraron ganas de seguir investigando, porque empezaba a entender que aquello explicaba cosas en las que nunca había pensado; en realidad que no hubiera sabido sino hubiera sido por estas lecturas.
    
   Me dio tan fuerte que llegó un momento en que solo quería leer y me dedicaba a ello con tanta furia que me olvidaba de todo lo demás. Cuanto más leía más se complicaban mis pensamientos, más preguntas me hacía y menos respuestas encontraba. Me sentaba en el parque de la Alameda y me quedaba ensimismado preguntándome: ¿qué soy yo y qué es el mundo?  Esto me llevaba por derroteros en los que nunca hayaba solución. Aunque, en realidad, de lo que se trataba precisamente era de eso: buscar sentido a las preguntas fundamentales para el hombre.
    
   Con todo esto me convertí en el bicho raro entre mis amigos. Respondía como podía a sus preguntas, pero pronto dejaban de interesarse con un: ¡Quita, quita que rollo! Y así me quedé solo. No me importó demasiado, todo mi tiempo libre lo dedicaba a leer y el resto a estudiar porque había decidido ir a la Facultad de Filosofía y Letras. Mis padres se enfadaron mucho; mi madre hizo responsable a mi padre, por haberme hablado siempre de esas cosas que no sirven para nada y haberme consentido leer tanto. El me dijo que no hacía falta ir a la Universidad para interesarse por la filosofía, que este tema no era práctico para buscarse la vida y que se hacía por pura necesidad de conocer y conocerse. Seguro que tenía razón, pero yo ya había decidido que aquello me interesaba mucho y que necesitaba saber más.
   
    Fui feliz en la Facultad, no solo por lo que aprendí, sino porque me encontré con algunos compañeros a los que les interesaba lo que a mí y podíamos mantener largas charlas sobre asuntos que creíamos fundamentales. Luego conocí a Puri. Ella estudiaba en la Comercial, era práctica, rápida de pensamiento y muy eficaz. No sé que vimos el uno en el otro, pero nos enamoramos locamente. Sabía escucharme, lo hacía de la manera en que ella era, concentrada en mis palabras, con verdadera atención. Me planteaba preguntas y discutía mis respuestas. Yo la admiraba mucho. Así que decidimos casarnos.

    Como es lógico, yo quería encontrar un trabajo en el que poner en práctica mis conocimientos. Preparé el Doctorado. Fueron tres años interminables, al final de los cuales Puri me dio un ultimátum. Tenía que trabajar, deseaba tener un hijo y con su sueldo nos veríamos apurados. Por eso, ahora trabajo de comercial en una fábrica de máquinas para comercios y hostelería, viajando continuamente. Tenemos una niña preciosa a la que no veo tanto como me gustaría y sigo filosofando, es parte de mi persona hacerlo, pero ya lo hago para mí. Solo cuando encuentro a alguien que me entiende me dejo llevar por mis pensamientos y los comparto.





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