domingo, 12 de julio de 2015

El laberinto de la vida




(Tema: futuro)


 
Imagen copiada de la Red



    


     Iván regresó a casa con varias pizzas calientes en las manos. Sacó unos vasos, servilletas y platillos y lo colocó todo sobre la mesa. Llegarían enseguida y quería darse una ducha primero y ponerse cómodo. El día había sido duro en el Colegio, pero había tenido tiempo para hablar un rato con Vanesa. La encontró muy triste. No hacía mucho que le hablaba ilusionada de futuro; ahora hablaba de pasado y toda la antigua alegría se había desvanecido. Como todos los primeros sábados del mes, se reunían los hombres de la cuadrilla, tomaban unas cervezas y hablaban de sus cosas, de futbol, mujeres y de sus vidas.   
     Pedro no tenía ganas de ir, ni allí ni a ninguna parte, pero prometió a Iván que acudiría. Las cosas no iban bien en la tienda y sobre todo, acababa de romper con Vanesa después de tres años de relación. Era profesora en un colegio y él la quería mucho, pero llevaba un tiempo hablando de compromiso de futuro y un sentimiento irracional de miedo se había adueñado de él, como si se hubiera asomado a un precipicio. Se comportó de una manera absurda y Vani acabó dejándole, enfadada, invitándole a volver si recuperaba el sentido común.
     Iván miró el reloj, echó una ojeada por la sala y se sirvió una Mahou, mientras esperaba, pensaba en sus amigos ¡Eran todos tan diferentes! : Pedro tenía miedo al compromiso, Vanesa había comprendido, por fin, que debía seguir con su vida. El, hoy tenía algo que decirles, porque ya había llegado el momento.
     Su novia Esther, era una buena chica, pero nunca se había atrevido a independizarse y luchar por sus sueños, trabajaba en el departamento de diseño de la firma Paolo Miradori, era tímida, intentaba pasar desapercibida siempre, pero tenía un talento especial para su trabajo; Miradori, que tenía muy buen ojo para ver cuando alguien valía, enseguida se había dado cuenta. Esther soñaba con dirigir su propio taller, donde diseñaría, cortaría y cosería ropa exclusiva, hecha a mano, nada de pret à porter. Los grandes sueños no se consiguen de pronto, le había dicho él, hay que ser valiente y luchar por ellos. Todo la atemorizaba. Por eso estaba preocupado por lo que había tenido que decirle.
     Cuando iban a clase, juntos siempre, curso tras curso, todo el mundo comentaba que Dios los cría y ellos se juntan. Eran tan parecidos...
      Peter ya no sentía miedo. ¿Quién se lo iba a imaginar? Tenía cuarenta años, vivía solo; trabajaba en un garito que, por las noches se llenaba de hombres, muchos de los cuales solo allí se mostraban tal como eran. El, sin embargo, hacía un tiempo que había salido del armario; se había enemistado con su padre y había hecho llorar a su madre, pero un día, después de algunos desengaños, de muchas mentiras y de mucho sufrimiento, decidió que había llegado la hora de asumir su naturaleza y dejarla ver sin avergonzarse
     Había tomado aquella decisión y tuvo que decírselo a Sofía. Llevaba siete meses saliendo con ella; había sido un tremendo error. Se dio cuenta de que la había utilizado. Saliendo con ella trataba de ocultar su verdadera naturaleza y, a la vez, complacer a sus padres que deseaban verle casado y con una familia.  Se sentía muy mal por todo aquello. Sofía había huido al otro lado del mundo, ahora contemplaría el paisaje árido y la bruma que se levantaba de la tierra debido al calor. Sí, le dijo en uno de sus correos, había huido para alejarse de él y de los comentarios. La vida no se acababa en aquella parte del mundo, ahora lo sabía así que no se arrepentía de haberse ido, en absoluto.
      Iván consultó el reloj, la espera se le estaba haciendo larga y sus pensamientos le habían llevado muy lejos. Los nervios le traicionaban, había decidido que ya era la hora de contarles algo que ni siquiera se imaginaban. Aún no sabía cómo había llegado a aquel punto, el primer sorprendido fue él cuando se dio cuenta de que aquella idea no se apartaba de su cabeza y que, poco a poco, había conquistado su corazón. Lo primero había sido hablar con Esther, necesitaba explicarse. Había sido un momento horrible. Lloraba con desconsuelo, no entendía nada, por más que le explicara que él tampoco sabía de dónde y por qué, había surgido aquel deseo imperioso que se había adueñado de él.  Trató de que entendiera su lucha contra aquello, hasta llegar al convencimiento de que era inútil luchar contra ello, que era algo inevitable. Le juró que no había querido engañarla, la quería mucho, pero este nuevo amor era superior a todo y se había rendido a él. Había necesitado tiempo para estar seguro de lo que iba a hacer.
     Sonó el timbre de la puerta y se dirigió a abrirla con una sonrisa en sus labios. Se sentía feliz por fin. Tenía ganas de ver la cara que pondrían sus amigos cuando les dijera que lo dejaba todo porque quería ser sacerdote.

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