(Tema: futuro)
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Iván regresó a casa con varias pizzas
calientes en las manos. Sacó unos vasos, servilletas y platillos y lo colocó
todo sobre la mesa. Llegarían enseguida y quería darse una ducha primero y
ponerse cómodo. El día había sido duro en el Colegio, pero había tenido tiempo
para hablar un rato con Vanesa. La encontró muy triste. No hacía mucho que le
hablaba ilusionada de futuro; ahora hablaba de pasado y toda la antigua alegría
se había desvanecido. Como todos los primeros sábados del mes, se reunían los
hombres de la cuadrilla, tomaban unas cervezas y hablaban de sus cosas, de
futbol, mujeres y de sus vidas.
Pedro no tenía ganas de ir, ni allí ni a
ninguna parte, pero prometió a Iván que acudiría. Las cosas no iban bien en la
tienda y sobre todo, acababa de romper con Vanesa después de tres años de
relación. Era profesora en un colegio y él la quería mucho, pero llevaba un
tiempo hablando de compromiso de futuro y un sentimiento irracional de miedo se
había adueñado de él, como si se hubiera asomado a un precipicio. Se comportó
de una manera absurda y Vani acabó dejándole, enfadada, invitándole a volver si
recuperaba el sentido común.
Iván miró el reloj, echó una ojeada por la
sala y se sirvió una Mahou, mientras esperaba, pensaba en sus amigos ¡Eran
todos tan diferentes! : Pedro tenía miedo al compromiso, Vanesa había
comprendido, por fin, que debía seguir con su vida. El, hoy tenía algo que
decirles, porque ya había llegado el momento.
Su novia Esther, era una buena chica, pero
nunca se había atrevido a independizarse y luchar por sus sueños, trabajaba en
el departamento de diseño de la firma Paolo Miradori, era tímida, intentaba
pasar desapercibida siempre, pero tenía un talento especial para su trabajo; Miradori,
que tenía muy buen ojo para ver cuando alguien valía, enseguida se había dado
cuenta. Esther soñaba con dirigir su propio taller, donde diseñaría, cortaría y
cosería ropa exclusiva, hecha a mano, nada de pret à porter. Los grandes sueños
no se consiguen de pronto, le había dicho él, hay que ser valiente y luchar por
ellos. Todo la atemorizaba. Por eso estaba preocupado por lo que había tenido
que decirle.
Cuando iban a clase, juntos siempre, curso
tras curso, todo el mundo comentaba que Dios los cría y ellos se juntan. Eran
tan parecidos...
Peter
ya no sentía miedo. ¿Quién se lo iba a imaginar? Tenía cuarenta años, vivía
solo; trabajaba en un garito que, por las noches se llenaba de hombres, muchos
de los cuales solo allí se mostraban tal como eran. El, sin embargo, hacía un tiempo
que había salido del armario; se había enemistado con su padre y había hecho
llorar a su madre, pero un día, después de algunos desengaños, de muchas
mentiras y de mucho sufrimiento, decidió que había llegado la hora de asumir su
naturaleza y dejarla ver sin avergonzarse
Había
tomado aquella decisión y tuvo que decírselo a Sofía. Llevaba siete meses
saliendo con ella; había sido un tremendo error. Se dio cuenta de que la había
utilizado. Saliendo con ella trataba de ocultar su verdadera naturaleza y, a la
vez, complacer a sus padres que deseaban verle casado y con una familia. Se sentía muy mal por todo aquello. Sofía
había huido al otro lado del mundo, ahora contemplaría el paisaje árido y la
bruma que se levantaba de la tierra debido al calor. Sí, le dijo en uno de sus
correos, había huido para alejarse de él y de los comentarios. La vida no se
acababa en aquella parte del mundo, ahora lo sabía así que no se arrepentía de
haberse ido, en absoluto.
Iván consultó el reloj, la espera se le
estaba haciendo larga y sus pensamientos le habían llevado muy lejos. Los
nervios le traicionaban, había decidido que ya era la hora de contarles algo
que ni siquiera se imaginaban. Aún no sabía cómo había llegado a aquel punto,
el primer sorprendido fue él cuando se dio cuenta de que aquella idea no se
apartaba de su cabeza y que, poco a poco, había conquistado su corazón. Lo
primero había sido hablar con Esther, necesitaba explicarse. Había sido un
momento horrible. Lloraba con desconsuelo, no entendía nada, por más que le explicara
que él tampoco sabía de dónde y por qué, había surgido aquel deseo imperioso que
se había adueñado de él. Trató de que
entendiera su lucha contra aquello, hasta llegar al convencimiento de que era inútil
luchar contra ello, que era algo inevitable. Le juró que no había querido
engañarla, la quería mucho, pero este nuevo amor era superior a todo y se había
rendido a él. Había necesitado tiempo para estar seguro de lo que iba a hacer.
Sonó el timbre de la puerta y se dirigió a
abrirla con una sonrisa en sus labios. Se sentía feliz por fin. Tenía ganas de
ver la cara que pondrían sus amigos cuando les dijera que lo dejaba todo porque
quería ser sacerdote.
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