El tren no pasó más desde aquel día. Habíamos oído que lo quitaban,
no era rentable. Mi hermana y yo fuimos en bicicleta hasta el pueblo
vecino, donde estaba la estación, sin reparar en el peligro de la
carretera llena de curvas. Dejamos las bicis en casa de una amiga,
compramos dos billetes de ida y vuelta y nos fuimos hasta la ciudad, no
muy lejana. Ni siquiera nos apeamos. Volvimos emocionadas.
Aquella
aventura nos costó quince días sin playa y una buena reprimenda. No nos
importó. El túnel, ahora, es un paseo y la estación un bloque de casas.
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