lunes, 25 de enero de 2016

Hefesto ( Versión muy libre)



(Netwriters Tema: El Olimpo)











Hera miraba horrorizada a aquella criatura deforme que decían era su hijo. Sintió tal rechazo de él que lo entregó en adopción antes de que el niño abriera los ojos y la mirara.  Así fue como conoció el mar y creció rodeado siempre de sus aguas cálidas. Tetis y Eurinome fueron sus verdaderas madres y con ellas creció hasta cumplir nueve años. 

Era un muchachito lleno de energía, con una gran fuerza de voluntad y colmado de un ardor interno que lo impelía a doblegar los metales y con ellos, crear joyas preciosas.  Su nombre era Hefesto. Además de trabajar en la herrería, adoraba saber y por eso hacía preguntas a cuantos se acercaban a solicitarle algún trabajo. Así fue como supo de aquellas montañas misteriosas cuya cima se abría en un pozo profundo del que brotaba un humo negro y espeso que olía de una manera extraña. En las horas en que descansaba bajo la sombra de algún árbol o nadaba en lo profundo del mar, Hefesto pensaba en grandes llamaradas de fuego, en espesos magmas ardientes que burbujeaban en el fondo de aquellos pozos misteriosos a los que empezó a llamar volcanes. Su mayor deseo era poder ver alguno. 

Trabajaba con ahínco, aprendía y realizaba preciosas joyas que vendía a buen precio a los viajeros y vecinos de la zona. Cuando tuviera suficiente dinero se iría a ver mundo, alejándose del mar para buscar aquellas extrañas montañas. Era tal su pasión que no hablaba de otra cosa, así que sus vecinos comenzaron a llamarle 'volcanes' y acabó siendo Vulcano para todo el que le conocía.

Uno de sus mejores clientes contó a Hera, esposa de Zeus, gobernantes de Olimpo, de la extraordinaria capacidad de Vulcano para crear joyas y para demostrárselo le enseñó una delicada pulsera que llevaba en su antebrazo. Hera quiso saber el nombre de aquel artista: Se llama Hefesto, aunque muchos le dicen Vulcano, le informó el hombre. Hera palideció y casi se desvanece. Ese era el nombre que pusieron a su hijo, el día que lo entregaron a las oceánidas Tetis y Eurinome, cuando acababa de nacer. Vulcano volvió a Olimpo, a la casa de sus padres, no por voluntad propia sino obligado por la caprichosa Hera. Resentido como estaba con ella, construyó un precioso trono dorado. Nada más sentarse en el, la diosa quedó atrapada y allí continuaría si su hermanastro Dionisio, quien lo emborrachó un día, no hubiera podido convencerle para que dejara libre a su madre.

La vida de Vulcano en Olimpo no fue fácil. Su fama como controlador del fuego, no solo el de los hogares, sino el del interior de las personas y la de sus joyas y adornos, se fue extendiendo por todo el mundo y así pudo edificarse un deslumbrante palacio de Bronce. Trabajaba allí con metales preciosos fabricando rayos para Zeus, su padre y flechas de punta fina y ligera para su hermanastra Artemisa, aficionada a cazar. Cuando Apolo vio aquellas flechas quiso tenerlas también él, después fue Aquiles quien le encargo una coraza y Prometeo unas gruesas cadenas. Era increíble y a la vez agotador. Después de pensar mucho, decidió fabricarse unos raros autómatas para que le ayudaran. 

Una tarde Hera y Zeus mantenían una agria discusión, ambos lanzaban chispas pues su enfado era grande. Vulcano quiso interceder a favor de Hera y Zeus, dejándose llevar de la ira, descargó sobre su hijo toda la rabia acumulada. Lo echó de Olimpo. Las palabras se habían dicho y no hubo marcha atrás. 

Vulcano se dedicó a recorrer el mundo. Gracias a su capacidad para crear el fuego que doblega los metales, que era mágica, llenó todos los volcanes que encontró a su paso del ardor que todo lo abrasa. Y fue tal su fama, que se extendió por todos los rincones del orbe, llegando hasta Olimpo y a los oídos de Zeus y Hera, que mandaron emisarios para rogarle que volviera. 

Hefesto no era rencoroso y volvió. Tiempo después conoció a Afrodita y se volvió loco por su amor. Ella era una diosa que sabía excitar el deseo de los hombres con su belleza y sus artes de seducción. Hefesto se casó con ella y desde entonces vivió en medio del delirio del amor y comido por los celos debido a los frecuentes deslices de aquella hermosa mujer.



1 comentario:

Carlos Maza dijo...

Muchos deslices tuvo Afrodita, según tengo entendido. La historia de Hefesto la recuerdo más larga aún y accidentada. Un buen libro sobre mitología griega es el de Robert Graves, "Los mitos griegos", excelente.