viernes, 29 de abril de 2016

Último viaje, con ella




(Netwriters Muerte de un funcionario)





Paco bajaba por la Cuesta del Pez camino del metro, jugando a saltar las losetas rosas de la acera, como todos los días cuando iba a la comisaría del Centro: tres blancas, saltito sobre la rosa y otras tres blancas. Todo en su vida era así: pura rutina. Carmen, su esposa, con la bata acolchada sacudiendo las migas de pan del mantel y acompañándole a la puerta para despedirse. El beso helado que le hacía pensar en un pez frío y escurridizo. La portera barriendo el portal, que no levantaba la cabeza de su labor, cuando le daba los buenos días, como si no le viera. La del kiosco, que ponía el periódico en el mostrador sin decir hola, cobraba y atendía al siguiente.

Solo aquella mujer triste, sentada siempre en el mismo asiento de la segunda fila, el de la ventanilla, en el metro, que se bajaba una estación antes de la suya, le había devuelto a una especie de ensoñación ya olvidada. Tenía pensamientos dulces con ella, era la única licencia que se permitía.

Su trabajo era como su vida o quizá esta era así a causa de su trabajo. Las cosas le pasaban a los demás, pero ninguna a él mismo. Se sentaba tras el mostrador, afortunadamente ya no había ventanillas, disponía sus cosas en absoluto orden y esperaba. Pronto empezaban a desfilar personas en busca de papeles o renovar carnets, permisos de cualquier cosa o recabar informaciones que había repetido, con voz cansina, cientos de veces a lo largo de su vida profesional, como funcionario del estado. A media mañana, cuando tenía un respiro, tomaba el periódico y se metía en los servicios, encendía un cigarrillo y echaba una ojeada a las noticias. A las tres, plegaba y volvía a casa.

A la vuelta no la veía, entonces pensaba en ella e imaginaba cuál sería su vida, de dónde vendría tan de mañana, o a dónde iría. Parecía infeliz, se adivinaba en la expresión de su rostro. Comenzó a imaginar cómo podría acercarse a ella y hablarla, tal vez le contara qué era lo que le causaba aquel pesar.

Ese día estaba desasosegado, yendo calle abajo sentía una emoción extraña, necesitaba cambiar, que algo nuevo le pasara, por fin. Carmen le había dicho que quería ir a Benidorm en cuanto hubiera un puente, que todas sus amigas iban de viaje y que por qué ellos no podían hacer lo mismo. La había mirado sorprendido, nunca le había pedido nada así, de hecho ella no solía pedir demasiadas cosas. Semejante viaje le parecía absurdo, si iba a ir a algún lado, desde luego ir a Benidorm no era su sueño, pero le había dicho que lo pensaría. Se vio a sí mismo en bañador, paseando por la playa, con la arena metida entre los dedos de los pies y sintió un escalofrío.

La mujer triste, tampoco ese día estaba en el metro, en su lugar un hombre fuerte leía el periódico. Hacía días que no la veía. Se pasó todo el viaje buscándola entre los viajeros, por si había llegado tarde y ya estaba ocupado su sitio. La echaba en falta, sentía un vacío en el estómago, pensando que tal vez no volviera a verla.

Dos semanas después, apareció en la jefatura para poner una denuncia. Le costó reconocerla, llevaba unas grandes gafas negras y la boca inflamada por algún golpe. Ella no le vio. Esperó en la puerta de la Jefatura a que saliera, si se atrevía iba a preguntarle qué le había pasado y decirle que la había echado en falta en el suburbano.

Caminaba insegura, parecía conmocionada. Paco se ofreció a acompañarla, por lo menos hasta que se tranquilizara un poco. Quería ser fuerte y protector, era como si fuera otro hombre, decidido, lleno de un celo desconocido. Iba a proteger a aquella mujer de cualquier peligro que pudiera amenazarla. Apenas cruzaron unas palabras, la tomó del brazo y caminaron lentamente.

No se dio cuenta de nada, el golpe le llegó por la espalda, las piernas le temblaron y las rodillas se le doblaron contra su voluntad. La mujer cayó al suelo, a su lado, antes que él. Ni siquiera sé cómo se llama, le dio tiempo a pensar. Luego todo se oscureció y ya no sintió nada



jueves, 28 de abril de 2016

Misterios sin resolver



(Netwriters bricolaje)





Me estaba lavando los dientes y la cisterna seguía goteando. Hacía ya un rato que la había desaguado, así que pensé que se había vuelto a estropear. «Se lo digo o no se lo digo» Sabía lo que iba a pasar, él intentaría arreglarlo y todo se pondría hecho un asco, para concluir llamando al fontanero.
Esa vez parecía que todo iba a ir bien. Levantó la tapa, tocó aquí y allá, ajustó la bomba, desaguó un par de veces... funcionaba a las mil maravillas. El problema vino cuando volvió a colocar la tapa y el tornillo del botón de desagüe había desaparecido. 
Aún hoy es un misterio sin resolver este del tornillo perdido.







domingo, 17 de abril de 2016

Emociones fuertes






(Netwriters Confesiones)








Pit y yo fuimos compañeros de estudios un año tras otro, pero solo cuando estábamos a punto de acabar el Instituto, nos hicimos amigos. Fue sencillo, decidimos hacer juntos el trabajo de fin de curso y por eso empezamos a vernos fuera del Liceo. 

La primera vez fuimos a su casa. Por el camino Pit me pidió que esperara un poco y entró en un super a comprar algo. Antes de comenzar el trabajo, sacó de la mochila dos paquetes de chips, dos latas de refresco y unas barritas de chocolate.

— Ha sido genial —me dijo entre risas— se las he pelado al del merca
— ¡Estás loco! Y si llegan a pillarte, ¿qué?
— Joder, es genial ¿Nunca lo has hecho? La sangre circula por tu cuerpo a más velocidad, hasta llegar a la cabeza y explotar allí. La próxima vez te vienes conmigo.

Me lo tomé a broma, no pensaba ir a afanar nada a ninguna parte. Pero volvimos a reunirnos, esta vez en mi casa, y entré con él al super de turno. Nos llevamos varias bolsitas de aperitivos, dos de patatas fritas, una caja de quesitos, chocolate y dos refrescos. Pagamos las bolsas de patatas y lo demás salió en nuestras mochilas.

Fue emocionante. Así que, como si fuera un juego, repetimos la fechoría una y otra vez, nunca en las mismas tiendas; luego pasamos a otros hurtos más consistentes. Nada de lo que robábamos nos hacía falta, ni siquiera eran cosas que nos interesaran de manera particular, pero a medida que crecía el peligro, aumentaba el placer y se nos olvidaba todo lo demás. 

Aquello no podía durar, un día, un guarda jurado del tamaño de un armario, agarró a Pit por el cuello de la chaqueta, lo subió al aire y se lo llevó a la Oficina del director del Gran Almacén, en el que intentábamos hacernos con algunas cremas y perfumes de precio. Era la primera vez y la cosa no fue más allá de una buena reprimenda y la amenaza de hablar con sus padres si lo volvían a ver por allí. Yo esperaba a la puerta, nerviosa por lo que me pudiera tocar si él les había hablado de mí.
No lo hizo, tampoco le preguntaron. Todo quedó como la chiquillada de un chaval deseoso de aventuras. 

Casi a finales de curso, cuando ya habíamos terminado nuestro trabajo, Pit me propuso otro plan. Esta vez era más peligroso y de mayores consecuencias. Mi cabeza me decía que debía alejarme de él, pero aún recordaba la emoción de robar sin que te vieran y salir de las tiendas sin que nadie se diera cuenta. Además Pit me gustaba. Tenía ese punto de ángel y canalla que suele atraer tanto. El caso es que me dejé llevar.

Durante unos días vigilábamos a mujeres mayores; elegíamos las que tenían aspecto de gente adinerada, las seguíamos, dábamos el tirón y salíamos corriendo. Una noche seguimos a una que vivía en una calle con poco tráfico y solía retirarse sobre las diez. Nos cruzamos con ella, yo tiré de su bolso y Pit le arrancó una cadena con un medallón. Con el forcejeo la mujer cayó al suelo y se dio un golpe en la cabeza. Fue horrible, sangraba. Estuvimos a punto de salir corriendo, pero no pudimos hacerlo. Llamamos a urgencias y con la ambulancia vino la policía.

— Se lo juro, señor Comisario - confesé muy asustada - solo queríamos divertirnos. Lo del tirón ha sido la primera y única vez, nunca habíamos hecho nada semejante antes. Créame.

Le insistí al poli, pero no me creyó y no logré convencerle. Pasé cuatro años en un Reformatorio. Pit lo tuvo peor, porque, era ya mayor de edad y reincidente, así que lo metieron en chirona. Hace tiempo que no sé nada de él, la última vez que nos vimos estaba muy perdido.


Mariposas de papel




(Netwriters Mariposas)









En la oscuridad de la habitación, una bombilla ilumina el tablero de dibujo. Martin trabaja afanosamente esbozando las alas de una mariposa. En la pared, hay varias sujetas con alfileres, a un corcho.

Sentado en la barra del Estoril, toma café y observa a las mujeres. Luego, en la oficina, absorto, se recrea en la idea. Hace planes, busca los lugares idóneos y marca una fecha para empezar.


Le ha gustado la experiencia, sobre todo los ojos espantados de la mujer y el burbujeo de la sangre al brotar de la garganta. A la próxima, primero, va a violarla.

Cinco mariposas de papel pegadas en la frente de cinco víctimas. Ha nacido un asesino en serie.