domingo, 27 de agosto de 2017

Agosto 1983 - hace 34 años ya...













Sucedió a mitad de semana, cuando las fiestas estaban en su apogeo y nadie esperaba que algo así pudiera pasar. Era el 26 de agosto de l983 y fue en Bilbao.

Éramos jóvenes, estábamos de vacaciones y disfrutábamos de una abuela dispuesta a cuidar a los nietos por un día. Dejamos el pueblo en la costa y nos fuimos a la ciudad para disfrutar de una jornada festera, vernos con amigos, comer bien y por la tarde ir al teatro a ver una obra que tenía muy buenas críticas. 'Historia de un caballo' trabajaban: José María Rodero, María José Alfonso, Francisco Valladares, Luisa Sala... y la puesta en escena era original.

Desde hacía varios días estaba lloviendo sin parar. Tampoco nos parecía nada especial, teniendo en cuenta que aquí siempre llueve, o llovía. Nos dimos una vuelta por el Arenal que estaba muy animado con concursos, juegos y música popular. Subimos a comer a la Gran Vía y después de una sobremesa muy agradable decidimos ir a casa a descansar hasta la hora del teatro.

Sobre las seis, más o menos. Me asomé al balcón para ver si seguía lloviendo. Para mi sorpresa vi que un río de agua marrón se deslizaba por la calzada. Sobresaltada pensé que se habrían colapsado las alcantarillas, luego recordamos que no habíamos metido el coche en el garaje y lo habíamos dejado por la zona más baja, aparcado, para poder regresar pronto al pueblo al salir del teatro. Aunque estábamos en una zona bastante alta de la ciudad, bajo la avenida discurre un río oculto y domesticado. Dudamos qué hacer. Luego nos pareció que era mejor ir a ver el coche y acercarnos al teatro. Un reguero bajaba por la calle, pero dos más abajo la corriente era fuerte, casi te tiraba. Pasamos como pudimos, nos mojamos enteros. Vimos que el coche estaba en un lugar aparentemente seguro y nos fuimos hacia Moyua.



Nos dejaron entrar al teatro enseguida, apenas había nadie por allí. Mojados y preocupados nos sentamos en nuestras localidades. Entonces no teníamos móviles, así que ni se nos ocurrió que pasara algo tan gordo.

Llegó la hora y en el patio de butacas se podían contar con los dedos de las manos los espectadores que esperábamos el comienzo. Qué pasará, nos preguntábamos, nos parecía raro que acudiera tan poco público a un espectáculo que tenía tan buena crítica. Con un cuarto de hora de retraso José María Rodero, salió al escenario y nos preguntó si queríamos que representaran la obra o preferíamos irnos, en vista de lo que estaba pasando. Y así nos enteramos nosotros de que Bilbao se había inundado. Todos nos quedamos, a dónde podíamos ir y la obra se representó; tengo un vago recuerdo de ella, Rodero estaba fantástico en su papel... nosotros, a la vez, pensábamos qué íbamos a hacer.

A la salida, en un café oímos los detalles de lo que pasaba, en la televisión y los comentarios de la poca gente que tomaba algo allí. La cosa había sido terrible, El Casco Viejo estaba bajo el agua, los ríos que rodean la ciudad, habían inundado otras zonas a las afueras, la costa estaba colapsada de todo lo que bajaba por la ría, desembocando en las playas. No se podía salir de Bilbao estaba prohibido y vigilado. Era peligroso. Tampoco pudimos acercarnos para ver de ayudar en algo.

Fuimos a casa en medio de la oscuridad, atravesando la riada, habían apagado las luces o se habían estropeado. Parecía una de esas ciudades fantasma de las películas. El ascensor no funcionaba, no había luz tampoco en casa.

Llamé a mi hermano pasa saber si estaba bien. En su zona si había luz, así que nos fuimos y dormimos en su casa. Verlo por la mañana fue un mazazo, era inimaginable que pudiera suceder algo así. Nos avisaron de que no se podía salir de la ciudad aún, de que escaseaba el agua embotellada, que nuestro pueblo había quedado incomunicado, pues la riada, llena de lavadoras, coches y otras cosas, había removido los pilares del puente que llevaba de una a otra orilla. El único.

Compramos algunas cosas, sobre todo agua, nos metimos en el coche y nos pusimos en la carretera. Nuestros hijos estaban allí y eso nos preocupaba. Por la zona de Asua la carretera habitual estaba inundada. La policía nos aviso de la prohibición de pasar, les contamos lo de los niños y que sería bajo nuestra responsabilidad, nos dejaron pasar por un camino de tierra que estaban improvisando para urgencias. Se desmoronaba al pisarlo, pero conseguimos llegar a Leioa.




Volvieron a pararnos justo a la entrada del puente de Plentzia, había una buena cola esperando como nosotros. La entrada por Gandias había desaparecido bajo el agua, decían que toda aquella zona hasta Mungia estaba anegada totalmente. Aparcamos el coche y caminando nos acercamos al puente a enterarnos qué pasaba y hasta cuándo. Justo en ese momento, levantaban la barrera para dejar pasar la furgoneta de un amigo que tenía un bar muy conocido, al otro lado. Llevaba víveres y agua para la zona. Se ofreció a llevarnos, insistimos a los policías y finalmente nos dejaron pasar. Y así llegamos a casa. Debimos esperar algunos días para poder volver a por el coche.

No volvimos a Bilbao hasta un tiempo después, aconsejaron que se permaneciera en los pueblos hasta que las cosas mejoraran,  las clases se retrasaron. Prohibieron bajar a las playas y mucho más bañarse en el mar. Aún recuerdo perfectamente la desolación de la costa y cuando pudimos regresar nuestro botxo ya no era el mismo.




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