martes, 23 de enero de 2018

En el túnel de Metro














(Historias del metro-🔺)





Como una serpiente gigante, el metro marchaba por los raíles a toda velocidad. Pablo iba de pie al fondo del segundo vagón; dentro era donde pasaban las cosas, fuera las paredes grises se deslizaban rápidamente hasta que aparecían las luces de alguna de las estaciones, entonces más gente subía o bajaba, apresuradamente. En la segunda parada, entraba la muchacha que siempre solía sentarse en la esquina.


Durante el trayecto la miraba discretamente; tenía la piel morena y cubría su cabeza con un pañuelo colocado de tal manera que a él le parecía una obra de arte. Con los ojos bajos, solo miraba las puntas de sus zapatos. Parecía triste.

Él también solía estarlo.

Los días buenos miraba interesado a los viajeros que, como él, irían al trabajo. Se montaba historias en la cabeza; podría escribir tres libros, si supiera hacerlo, con todo lo que se le ocurría. Los dos hombres sentados frente a él debían ser amigos, parecían llevarse bien. Entonces inventaba una historia en su cabeza: uno se acostaba con la esposa del otro sin que este lo supiera. Qué sucedería cuando se esterase. El hombre calvo, sudoroso, que parecía no haberse duchado en un año, apretaba bajo el sobaco acalorado, el portafolio. Debía ser el contable de alguna empresa y en aquella cartera llevaba papeles que comprometían a su jefe, para guardarlos en su casa… por si acaso.

Una mañana, la chica del pañuelo le miró por primera vez; cuando vio que él se había dado cuenta, bajó los ojos rápidamente. Desde ese momento, dejó de mirar a todo lo demás y sólo tuvo ojos para ella. Cada mañana se miraban repetidas veces, pero apenas un segundo. Entonces él observaba la pared gris del túnel deslizándose y veía en ella, unos días, campos verdes y brillantes por el sol, casas de paredes blancas y tejados rojos. Otros las calles de un barrio obrero con las basuras junto a los contenedores, hombres morenos sentados en las aceras y niños gritando en el patio de una escuela. Pero lo mejor era cuando soñaba con arena amarilla y una inmensidad de agua azul con espuma blanca. Y a ellos agarrados de la mano, paseando tranquilamente, sin importarles lo que pudiera suceder en el resto del mundo.

Pero aquello ya no era suficiente, así que un día bajó en su parada y decidió seguirla. La vio entrar en el portal de una casa bastante lujosa y esto le desconcertó. Hizo lo mismo varios días intentando sacar fuerzas para acercarse a hablarle, pero cuando ya estaba decidido, ella apresuraba el paso y desaparecía dentro del edificio. Una día, poco tiempo después, subió al metro acompañada de un hombre de pelo oscuro y rizado; la sujetaba por el codo y la hizo sentar en el mismo lugar de siempre. Para su sorpresa, luego se acercó a él.

— ¿Por qué sigues a mi hermana? —hablaba con un fuerte acento extranjero
No supo qué contestarle, después de todo ¿por qué la seguía?
— Por favor, deja de hacerlo. Ella va a trabajar a esa casa, cuida a los niños allí. Si sigues acosándola perderá su trabajo porque tendrá que dejarlo. Y si se entera nuestro padre la culpará de lo que sucede. Está ya prometida; según nuestras costumbres pronto se casará con el hombre que nuestra familia ha elegido para ella.

Pablo sigue tomando el metro pero ahora sube a otro vagón. Ya no ve prados verdes, flores y arenas doradas junto al mar cuando mira las paredes del túnel. Ya no inventa historias sobre los demás viajeros, sabe que por mucho que se le ocurra sobre ellos, nunca se aproximará a la realidad.



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