jueves, 12 de mayo de 2022

Lo que se ve y lo que pasa

 

 

 

 

 

 


 


 

 

La agente de la inmobiliaria tenía prisa; a medida que avanzaban hacía una descripción general de lo que iba mostrando:

--Como ves, el piso se encuentra en un entorno precioso: la mar cerca, tiendas para lo necesario y la zona es tranquila y familiar. El apartamento consta de dos habitaciones, un saloncito con cocina americana y un baño completo; garaje, jardín vecinal y piscina comunitaria. No encontrarás nada mejor por este precio.

Y se olvidó de añadirle algo más que formaba parte del lote.

No podía negar que estaba nervioso. Iba a dar clases como profesor en uno de los institutos del pueblo. Por fin tenía su propia casa e iba a vivir solo. Cuando terminó de instalarse cogió una cerveza y salió al balcón. Vio el horizonte azul del cielo y del mar y el blanco de las velas de algunos barcos que salían del puerto y se perdían a lo lejos. De noche vio el faro en la punta del muelle, que se encendía y apagaba con un guiño acompasado: rojo, azul, negro… en respuesta a otros que hacían lo mismo, en muelles perdidos en la penumbra.

Las primeras noches le costaba dormir. Eran demasiadas novedades. Comenzaron las clases, había conocido a sus compañeros y a sus alumnos y aún no sabía si venir a aquel lugar había sido un acierto, así que en la duermevela tuvo tiempo para planear lo que haría cada día antes de coger el coche para ir a trabajar.

Comenzó a madrugar para salir a correr por la playa vacía, comprar el pan y tomar un café mientras se preparaba.

A finales de mayo se inició la temporada en la urbanización, abrieron la piscina y el socorrista se sentó en una esquina, bajo una sombrilla. Joseba pensó que cuando acabara las clases podría darse unos chapuzones. Pero al llegar las vacaciones, los jardines y la piscina, se llenaron de veraneantes.  La playa dejó de ser un remanso de paz. Los niños eran un peligro cuando jugaban con el balón y se formaban colas interminables para hacer la compra.

Joseba seguía madrugando, aunque estaba de vacaciones, se levantaba con los pájaros, unos días bajaba a la playa, corría un poco, se bañaba y otros se quedaba y hacía unos largos en la piscina, se duchaba y antes de subir a casa compraba el pan y algo para comer ese día.  Había días que prefería alejarse de todo aquel bullicio así que metía en la mochila un termo, unas manzanas y un buen libro y se alejaba. Cualquier rincón perdido, cualquier árbol frondoso, le servía para sentarse y pasar el tiempo leyendo.

Para setiembre las cosas se habían calmado bastante. Muchos veraneantes se fueron. Las clases comenzarían pronto, así que decidió aprovechar el tiempo libre que le quedaba. Tomó la costumbre de nadar todos los días. Darío, el socorrista, se aburría sentado a la sombra. Era buen conversador, así que pasaron buenos ratos hablando de unas cosas y otras.  En una de esas le preguntó si quería jugar un partido. En la Urbanización había dos pistas de squash y una sauna que, a partir de entonces estarían menos concurridas. Después de una sudada podrían entrar en la cabina, sería genial un rato entre el vapor.

La de la inmobiliaria había olvidado mencionar que aquello estaba en unos sótanos que tenían unas estrechas ventanas casi en el techo, pintadas de blanco. Jugaron. Darío lo hacía bien y él estaba desentrenado, así que, cuando acabaron, ambos sudaban profusamente.

—Dejémoslo por hoy. Vamos a darnos una sauna, verás como te relajas.

Los primeros minutos Joseba se sintió bien, estaba contento por la posibilidad de tener aquello a su disposición y porque el silencio, el calor seco y la semipenumbra le producían una especie de somnolencia deliciosa. Darío se ofreció a darle un masaje para que se soltaran sus músculos. Se dejó hacer, era muy agradable, las manos del socorrista eran frescas y masajeaban su espalda con la presión adecuada. Había poco espacio, su cuerpo se había relajado. Entonces fue consciente de que estaban desnudos, se vio y le vio a él con una mirada distinta…

 Recogió su toalla y salió a los vestuarios. Estaba muy nervioso y excitado.

--¿Qué te pasa? –le preguntó Darío

--Oye, lo siento. Te equivocas conmigo

--¿Estás seguro?...


2 comentarios:

Antonio Aragüés Giménez dijo...

Ese...¿estás seguro? final es todo un acierto. Muy buen relato.

rosg dijo...



Te agradezco que me leas y comentes. Respeto mucho tu opinión.