viernes, 21 de marzo de 2014

Cuando vayas a visitar a tu suegra


En la Red



 La madre de mi novio cumplía setenta años. A esa edad no se piensa que es una suerte haber llegado hasta ahí, sino que lo mejor de la vida se va quedando atrás.  Me invitó a celebrarlo en su casa y así podríamos conocernos. Juan no estaba seguro, en realidad me conoce y no quería forzarme a que, por compromiso, hiciera algo que no deseara hacer. Como me ha pasado otras veces, a mí siempre me parece demasiado pronto conocer a la familia de mis parejas, no sé por qué. Sí que es cierto que llevamos dos años saliendo y que, poco a poco las cosas se están poniendo serias. Juan es un tipo estupendo, tiene todo lo que puede gustarle a una mujer y además es buena gente.

Nos conocimos una tarde en una reunión de trabajo, tuvimos que vernos varias veces por la misma razón, pasamos del despacho a la calle y de la calle al restaurante. Comimos juntos varias veces y entonces dejamos los negocios a un lado y nos dedicamos a conocernos, casi sin darnos cuenta. Para cuando acabamos nuestras reuniones obligatorias, una parte del camino ya estaba recorrido. Solo habían sido miradas, risas y algunas frases intencionadas, pero descubrimos que teníamos muchas cosas en común. Empezamos a salir, lejos de los contratos y presupuestos de vez en cuando, y pronto pasamos a vernos casi a diario.

Su madre es viuda y Juan hijo único. Creo que hasta este día es el único inconveniente que le encuentro. Porque un hombre, hijo único y con una madre viuda, suele ser un poco prisionero de su circunstancia. No es que me pareciera mal, dicen que un hombre que es buen hijo, será buen compañero. No estoy muy segura de esto, pero mi preocupación no es que él sea o no buen hijo, sino si ella es o no buena suegra, o que tal seré yo como nuera.

Acepté la invitación, porque sabía que a Juan le haría ilusión y además, no iba a darle ya motivos a mi futura para que me criticase. Le compré un detalle, aunque ¿qué sabía yo de ella y lo que le gustaba? Elegí una caja preciosa de florecitas lacadas  que guardaba dentro unos jaboncitos que olían deliciosamente, cuando se abría la tapa.

Cuando llegó el día, salí un poco antes de la oficina y fui a casa a arreglarme. Mientras me pintaba los labios, me miré al espejo y me hice una pregunta inquietante: ¿qué te pasa, estás nerviosa? Sí, lo estaba; yo que me he reunido con directores generales, políticos, actores y toda clase de gente de mundo, estaba nerviosa porque iba a tomar un café en casa de una señora de edad madura. Aunque luego me dije que no era una señora madura, sino la señora madura madre de mi chico. Y yo le quería a él tanto como para preocuparme el hecho de caerle bien desde el primer momento a ella.

Juan vino a recogerme y de camino paramos en una bombonería donde compró una caja de trufas de nata y chocolate, especialidad de la casa y muy ponderadas por los aficionados. Llegamos a eso de las siete. Juan tiene aún la llave de la casa, así que entramos sin llamar. El hall es amplio y justo enfrente se ve el salón, con unas grandes puertas correderas de cristales biselados. Bueno, de todo esto me di cuenta después, porque justo al entrar nosotros, por el lado izquierdo aparecía Regina (mi futura) con una preciosa tarta en la mano. No la vi, lo juro, estaba un poco oscuro y no la vi, pero ella a mí tampoco, que quede claro. La tarta salió por los aires, no demasiado alta y luego calló al suelo haciendo ¡chaff! Y todo se llenó de nata, chocolate, guindas, bizcocho… Juan se adelantó presuroso, yo me quedé petrificada, porque era yo la que se había tropezado con la tarta y la dama; ella dio unos pasos hacia delante, como si fuera posible recuperar la tarta y… se resbaló, trastabilló y calló al suelo de una manera extraña. Se puso muy pálida, unos lagrimones rodaron por sus mejillas y luego empezó a quejarse de una manera lastimosa.

La llevamos al hospital y tuvieron que operarle la cadera. Y aquí estoy; cuando salgo de la oficina me voy allí a hacerle compañía, porque tiene para una temporadita. Los primeros días tuve que cancelar todas mis citas para ayudarle en lo que necesitara. Como no tiene más familia que Juan, se habló de contratar a alguien para aquella emergencia. Yo me sentía culpable y me ofrecí. Y me perdí para siempre. Cuando regrese a casa no podrá moverse, aunque Rita, su ayudanta, la cuidará como hace siempre, no podrá quedarse sola por las noches. Juan se va a ir a vivir con ella una temporadita y me ha propuesto que vaya yo también. No, a su madre no le parecerá mal, ya se lo ha preguntado.

Llevamos tres meses aquí. Regina está mejor, yo creo que hace días que se deja querer, aunque cojea un poco. Juan está a gusto, ha vuelto a su casa y a los cuidados de Rita y los mimos de mamá. Yo me pregunto ¿qué hago aquí? Así que trabajo mucho, mis reuniones se alargan seguramente más de lo necesario y estoy preocupada porque no sé como plantear la situación para que todo vuelva a ser como era.

2 comentarios:

Martina A. Britt dijo...

Lamento tu situación. Espero que muy pronto las cosas vuelvan a su estado natural, ya que la situación que vives es anormal y debe ser solo algo temporal.
¡Ánimo!

rosg dijo...



Gracias Martina, te agradezco tus buenos deseos. Pero lo que escribo no siempre tiene que ver con la vida personal. Son relatos que me gusta escribir.

Un beso