Hacía un calor sofocante, el día había sido
duro, las cosas no iban demasiado bien y ahora necesitaba descansar y
olvidarse de todo por un momento. Sentados en el porche en aquellas butacas tan
viejas, cómodas y acogedoras de la casa de Peter, charlábamos después de una
deliciosa cena. Sebastian y Roger hablaban animadamente pero en voz baja, como
si quisieran guardar para ellos el tema de su conversación, Blanca los miraba
de vez en cuando a la vez que parecía escuchar atentamente lo que le estaba
contando Joao. Yo los observaba a todos, pero, como siempre me sucedía cuando
Blanca estaba cerca, la miraba principalmente a ella y ella lo sabía.
Nos habían servido café en unas tazas
minúsculas, cargado y aromático, que levantaba el ánimo y producía placentera
nostalgia y excitación. Peter nos sirvió coñac en unas copas preciosas, talladas, antiguas. Blanca dijo
que ella no quería, pero él insistió mucho, alegando que se trataba de un licor
que llevaba tiempo esperando para que alguien especial lo tomara y que nadie
mejor que nosotros, que por fin nos habíamos reunido después de tanto tiempo.
Blanca alargó su brazo y Peter derramó en su
copa un poco de coñac.
—Pruébalo —le dijo —luego me dices. Verás cómo
te gusta
Yo ya le había dado un sorbo al mío y sabía
que era un líquido delicioso, más espeso de lo que había esperado, que se adhería al paladar y los labios e iba adentrándose despacio por la garganta,
convirtiéndose en un ardiente fuego en el estómago. Miraba fijamente a Blanca,
quería ver su reacción cuando sintiera hervir sus entrañas, quería comprobar si
su cara enrojecía, pero me quedé preso en sus labios. No podía pensar en nada
más que en aquel jugo delicioso bañándolos y en su lengua y su paladar cálidos
y apetitosos. Blanca se había dado cuenta de lo que me estaba pasando, me costaba
mucho mantenerme sereno, mis pensamientos estaban prisioneros de lo que sentía,
era tan violento que pensé que se tenía que ver en mis ojos y en la rigidez de
mi cuerpo, al que trataba de controlar con dificultad
.
Ella me miraba entre divertida y asustada y
después buscó los ojos de su marido. Sebastian seguía su conversación con Roger
y apenas se preocupaba de lo que hacíamos los demás. Tuve que levantarme casi
violentamente de mi butaca y salí de la terraza hacia el jardín que estaba
totalmente a oscuras. Caminé por el camino que llevaba a la puerta de entrada a
la casa y volví, varias veces hasta que conseguí tranquilizarme. A nadie le
pareció extraña mi actitud, habíamos cenado bien y quizá necesitaba tomar un
poco de aire. Solo Blanca sabía lo que me estaba pasando, podía percibir mi
deseo como si se lo estuviera expresando con hechos.
Por fin, cuando creí que ya podría
controlarme, volví al porche con los demás. Esta vez no me senté frente a
Blanca, prefería no verla. Cuando pasé a su lado deslicé mi mano por su nuca
disimuladamente y pude percibir el calor que emanaba de su piel.
1 comentario:
Delicioso.
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