viernes, 20 de noviembre de 2020

Nada, Nadie

 

 

 

 

 

 

El pueblo se esconde en el bosque

tiene cuatro casas, una iglesia y un bar

hay que viajar por una carretera estrecha

para llegar a la plaza central

El coche gruñe cuesta arriba y se sofoca

es de mi abuelo y es viejo y de matrícula antigua

se parece al dueño al que hace tiempo

le duelen los huesos y las rodillas

Las tejas rojas de las casas brillan

húmedas aún por la bruma de la noche

asoman entre los árboles jugando a esconderse

y no lo consiguen. Anuncian que allí se vive.

El bar en la plaza es algo siniestro

la luz de la calle apenas ilumina la entrada

tres muchachos conversan, uno detrás de la barra

se vuelven sorprendidos cuando entro

Ponme un café, digo, dónde está el wc por favor

Los cuatro nos miramos sin una sonrisa

Cuando vuelvo el café está en el mostrador

desde luego está muy bueno, pienso cuando lo tomo

Ellos ya no me miran, parecen enfadados

así que no digo nada y me dedico a observar

en las paredes hay carteles en euskera

yo no sé que dicen las palabras,

hay un mapa de Euskadi y algo escrito en él:

Euskal Presoak Euskal Herrira

Pago mi café, me despido y salgo a la plaza

el aire fresco me da en la cara y respiro hondo

cuando me doy la vuelta sobre la puerta del bar

leo en un cartel: Herriko taberna

Veo en mi mente las caras serias de los jóvenes

y la mía y siento que hemos tenido miedo

ellos de mí y yo de ellos

y hemos perdido la oportunidad de hablar

y quien sabe si de entendernos

1 comentario:

Antonio Aragüés Giménez dijo...

El miedo arruina la oportunidad de hablar, imprescindible para entenderse. Breve y revelador relato.