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Nabil llevaba días caminando, en realidad no sabía dónde estaba. Al desembarcar había salido corriendo sin
mirar atrás hasta perderse entre los árboles que formaban una muralla ocultando
la playa. Habían pasado tres días de eso
y en ellos solo había visto bosque, árboles y arroyos de agua helada; de vez en
cuando escuchaba ruidos a lo lejos, coches o camiones circulando por alguna
carretera, entonces volvía a internarse más y más en lo profundo de la arboleda
para sentirse a salvo. Aquella mañana se había parado en medio de un claro para
descansar, pero sobre todo para hacerse la pregunta: ¿cuánto tiempo piensas
seguir así? y otra más difícil de responder: ¿a dónde vas? Apenas le quedaba
nada de comer. Había traído el macuto bien aprovisionado pues ya imaginaba que,
al principio, no iba a ser fácil. Pero apenas quedaban algunas galletas,
barritas de chocolate alimenticio, y dos manzanas que empezaban a arrugarse.
Se
estaba desmoronando, volvía a sentir el miedo, su viejo amigo, a sufrir la
soledad y la angustia. Sentado en el tronco de un árbol, bebió agua de la
cantimplora y miró al cielo, que asomaba entre el ramaje. Entonces vio la punta
de un edificio, un tejado de ladrillos oscuros, puntiagudo, como si buscara el
aire en las alturas. Luego comprobó que
se trataba de una casa diminuta, más bien una habitación, edificada sobre un
arco, a unos metros sobre el suelo.
Dudó
un momento, pero parecía totalmente abandonada. En la ventana crecían flores
sin ningún orden. Fuera como fuese decidió inspeccionarla. Buscó la entrada,
aparentemente no la había, luego vio que se encontraba en uno de los pilares
del arco y era muy pequeña. Tuvo que agacharse para poderla cruzar. Empujó la
puerta y vio que cedía suavemente. Una escalera de caracol estrecha y de
peldaños de piedra comenzaba allí mismo sin dar opción a un solo paso en llano.
Alguien había vivido allí en algún momento. La estancia no podía ser más
pequeña. Había un catre junto a una de las paredes, una silla vieja y una mesa que
cojeaba. En otro rincón una pila sin agua, casi una palangana, y un pequeño
fogón donde quemar madera.
Miró
por la ventana. Solo se veía bosque, las ramas de algunos árboles hacían casi
invisible la casita, las telarañas indicaban que hacía mucho que nadie la
usaba. Decidió quedarse. Se sentía tan cansado que, tal como estaba, se tumbó
en el catre y se preparó para dormir. Se conformaría con algo como aquello, se
dijo, con tal de no seguir por el mundo sin un lugar donde guarecerse y
descansar sin miedo. Esa noche soñó que era un elfo que vivía en aquel bosque,
cuando se miraba en las aguas del río se veía hermoso con sus orejas
puntiagudas. Sabía que siempre había vivido allí, que aquella era su casa y
allí había sido feliz. Cuando despertó no recordaba nada y era normal, porque
él no había oído hablar nunca de semejantes seres y no sabía, por tanto, que
existieran.
2 comentarios:
me encantó, y la imagen es ideal para el texto, es misteriosa y mágica
un abrazo
Gracias Marga, me alegro de que te haya gustado. Y espero que vuelvas pronto.
Un abrazo
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