Las cosas eran diferentes hace unos años. A los
dieciocho apenas me interesaba saber qué sucedía por el mundo. En realidad,
salvo estudiar, algunas movidas en el campus y las chicas, nada me preocupaba
demasiado. El tiempo ha pasado muy rápido y hay cosas que han cambiado, pero lo
fundamental sigue ahí.
Estudiaba en la Escuela de Ingenieros
Industriales de mi ciudad y no tenía tiempo para nada, las asignaturas eran
duras y la exigencia alta en el primer año si querías pasar de curso. Pero
también nos divertíamos. Después de una larga negociación del Sindicato
Estudiantil, habíamos conseguido que el Rector pusiera a nuestra disposición
uno de los salones de la Facultad para que organizáramos guateques, con la
condición de que no se tomara alcohol y que algún alumno se hiciera responsable
de que todo fuera bien.
Como apenas había chicas en la escuela,
invitábamos a amigas, hermanas o primas, porque sin ellas se acababa la fiesta.
Por aquel entonces yo estaba enamorado. Mi amor se llamaba Pilar y era amiga de
mi hermana Blanca. Eran mayores que yo, estudiaban Filosofía y Letras e iban
juntas a todas partes.
En aquellas reuniones las chicas se sentaban en
el salón y nosotros nos acercábamos a sacarlas a bailar. Yo no, yo me dedicaba
a poner música en el tocadiscos. Me gustaba el baile pero solo me interesaba
Pilar. La veía reír con unos y con otros y me moría de celos, era una muerte
dulce, lánguida, que me hacía sentir el protagonista de una película romántica.
Decidí que nadie iba a abrazarla bailando boleros, y que lo mejor sería poner
twist, rock o cualquier cosa que se bailara separado. De vez en cuando yo me
decía: «invítala ahora» pero estaba seguro de que ella ni me veía y entonces
las piernas me empezaban a temblar.
El día que Pilar salió del baile con Jaime Gil,
estudiante de segundo, que tenía fama de ligón, me vine abajo y regresé a casa
con el firme propósito de no volver. Se lo dije a mi hermana.
— Pareces tonto —me dijo— tienes que hacer justo
lo contrario, acércate y dile algo, cómo quieres que se entere de que te gusta
si siempre te escondes cuando está cerca. Sácala a bailar.
Me quedé en casa cuatro domingos. A escondidas la
seguía cuando volvía de clase. Soñaba con ella dormido y despierto. Pensaba lo
difícil que era entender a las chicas y controlar aquel sentimiento que me
llenaba de inquietud. Deseaba a Pilar, la quería casi con rabia, aquel deseo
profundo y misterioso me atormentaba, se había convertido en el eje de todo lo
que era importante para mí. A la quinta semana Blanca me dijo que tenía que volver:
«me acompañas y ya está» Me pareció estupendo, porque yo para entonces rabiaba
por regresar.
Esta vez no me acerqué al tocadiscos. Me acodé en
el mostrador para tomar un refresco aparentando seguridad y me dediqué a
mirar. No estaba. Aún tardó un poco en
llegar y venía sola. La alegría que sentí se esfumó rápidamente cuando Gil
apareció junto a ella y la invitó a bailar.
Por alguna razón se negó a hacerlo; recuperé
la esperanza, pero seguí allí quieto, aguardando un milagro. Y sucedió, sonriendo
abiertamente se acercó a mí y me dijo: « ¿bailamos?» Yo temblaba cuando, como
si fuera a romperse, la tomé en mis brazos por primera vez. En ese momento era
el hombre más feliz.
La acompañé a casa y nos besamos. Para ser
exactos, ella me besó a mí. En los meses que siguieron todo lo que pasó entre
los dos fue iniciativa suya. Me enseñó y aprendí que aquello era más importante
que cualquier otra cosa. Llegó un momento en que necesité volar más lejos.
Puede que ella también. Se fue a EEUU a terminar sus estudios y no volvimos a
vernos.
Mucho después me casé con otra. Mi hermana me
contó que ella también se había casado y vivía en Boston.
2 comentarios:
Hay que atreverse a ser, muy buena entrada!
Por casualidad he venido a tu blog, me quedo, con tu permiso.
Saludos desde Sevilla.
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